Esas
columnas de humo dejadas por la aviación rusa tras su bombardeo de posiciones
yihadistas en la provincia de Homs son la firma de Putin debajo de la
convocatoria a Occidente para que se deje de remilgos y negocie de una vez con
Bachar el Asad. Putin se lo dijo educadamente a Obama el lunes en la Asamblea
General de Naciones Unidas, pero como este no pareció escucharle, el martes
convocó a la Duma y pidió autorización para emplear las fuerzas que los
satélites nos mostraban que llevaba semanas acumulando en el aeropuerto de
Latakia, en pleno feudo del presidente El Asad.
Dice
Putin que su objetivo es luchar contra el terrorismo, pero ya sabemos que todo
lo que dice debe ser filtrado a través del tamiz de su única y verdadera
obsesión: que se respete el lugar que Rusia merece en el mundo. Desde su acceso
al poder en 1999 directamente desde la dirección del Servicio Federal de
Seguridad (el FSB, heredero del KGB), Putin ha encontrado en el terrorismo un
aliado de primer orden para consolidarse en el poder. No sólo se trata del uso
electoral del terrorismo checheno, sino de la alianza con el brutal líder de
los chechenos, Ramzán Kadírov, cuya pista aparece detrás de los asesinatos de
la periodista Anna Politkóvskaya en 2006 y del líder de la oposición, Boris Nemtsov,
en marzo de este año.
Se
entiende que visto desde Moscú, El Asad no sea más que la versión exterior del
Kadírov que ya tienen en casa. Si Kadírov mantiene a raya al islamismo en casa
y encima alquila sus poco ortodoxos métodos de control de la disidencia a
Moscú, ¿por qué iba Putin a renunciar a El Asad cuando este tiene un valor
estratégico incalculable para Rusia? La debilidad militar de El Asad permite a
Putin lograr lo que siempre es su principal objetivo: lograr ser la potencia
indispensable a la que no sólo hay que sentar en la mesa sino conceder un poder
de veto sobre todo acuerdo. No se extrañen de que Europa, desbordada por los
refugiados sirios, esté implorando a Obama para que de una vez se deje de
remilgos y negocie con El Asad, esto es, con Putin.
Por:
José Ignacio Torreblanca