La hegemonía de China sobre
América Latina se está desplazando a Occidente. El comercio creció de 12 billones de
dólares en el año 2000 a 261 billones en el 2013. El presidente Xi Jinping ha
sostenido que llegará a 500 billones a fines de esta década.
China
ya es el mayor socio comercial de Brasil desde el 2009. Financieramente, el
Banco de Desarrollo de China ha superado los préstamos del Banco Mundial a la
región. En el 2005 prestó 231 millones de dólares. Para el 2014, los créditos
se multiplicaron por cien, llegando a 22.1 billones de dólares ese año. China
comenzó haciendo fábricas de industria liviana a fines de los años 80; hoy
domina las finanzas continentales y su liderazgo en minería, energía y
alimentos no deja de crecer. En tecnología comunicacional, Bolivia y Venezuela
han comprado, hace pocos años, satélites por valor de 700 millones de dólares, que ya son chatarra.
En
lo militar, Dilma firmó en Pekín un acuerdo de cooperación militar; Bolivia adquirió aviones Karakorum;
Venezuela, sistemas de vigilancia aérea, y Ecuador, radares JYL-1. En
Perú, la compra de los tanques MBT-3000 está en una región nubosa. Con
Argentina produce el helicóptero ultraliviano CZ-W11 y Cristina K. acaba de
anunciar un “acuerdo estratégico” con China, con enfoque geopolítico. Obviamente que Cuba es un enclave chino,
donde, además de armamento, hay un importante contingente de asesores. Estos
son unos pocos datos dado el breve espacio. La relación militar con China es
una ola de lava, letal y silenciosa.
La
pregunta es: ¿le conviene a América
Latina la hegemonía revolucionaria china o la capitalista norteamericana y
europea? En los enfrentamientos entre izquierdas y derechas, este es el
dilema de fondo.
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