Fin
de la utopía soviética
Lo
cierto es que Alexievich es una maestra del reportaje literario, género con el
que relata con toda su crudeza el fracaso de la utopía soviética.
"El
hombre soviético no ha desaparecido. Es una mezcla de cárcel y guardería.
No toma decisiones y simplemente está a la espera del reparto. Para esa clase
de hombre, la libertad es tener veinte clases de embutido para elegir",
dijo a EFE al recibir el Premio de la Paz de los Libreros
Alemanes (2013).
A
imagen y semejanza de una arqueóloga, Alexievich se sumerge con la ayuda de
cientos de entrevistas en los acontecimientos más traumáticos que han marcado
la vida del homo sovieticus, como la Segunda Guerra Mundial, la
Guerra de Afganistán, la catástrofe de Chernobyl y la desintegración de la
URSS.
Alexievich no se queda anclada en el pasado, sino que documenta de manera muy crítica el derrotero que han tomado desde 1991 países como Rusia, a cuyo presidente, Vladimir Putin, acusa de llevar a su país al medievo, con su "culto a la fuerza".
Alexievich no se queda anclada en el pasado, sino que documenta de manera muy crítica el derrotero que han tomado desde 1991 países como Rusia, a cuyo presidente, Vladimir Putin, acusa de llevar a su país al medievo, con su "culto a la fuerza".
Nace
el homo sovieticus
De
padre bielorrusa y madre ucraniana, Alexievich nació el 31 de mayo de 1948 en
el oeste de Ucrania, aunque posteriormente su familia emigró a la vecina
Bielorrusia.
Trabajó como profesora de Historia y de Lengua Alemana, aunque pronto optó por dedicarse a su verdadera pasión, el reportaje, y, de hecho, en 1972 se licenció en la Facultad de Periodismo de Minsk y ejerció como redactora en varios diarios de su país.
Su primer libro, La guerra no tiene rostro de mujer (1983), le costó un varapalo de las autoridades soviéticas, que la acusaron de naturalismo y pacifismo, duras críticas en esos tiempos, lo que impidieron su publicación.
Trabajó como profesora de Historia y de Lengua Alemana, aunque pronto optó por dedicarse a su verdadera pasión, el reportaje, y, de hecho, en 1972 se licenció en la Facultad de Periodismo de Minsk y ejerció como redactora en varios diarios de su país.
Su primer libro, La guerra no tiene rostro de mujer (1983), le costó un varapalo de las autoridades soviéticas, que la acusaron de naturalismo y pacifismo, duras críticas en esos tiempos, lo que impidieron su publicación.
Aunque
ingresó en 1984 en la Unión de Escritores de la Unión Soviética, no pudo
publicar hasta la llegada de la perestroika en 1985 el primer libro de su ciclo El
hombre rojo, La voz de la utopía.
Traducida a más de veinte idiomas, el libro narra el inconmensurable coste de la victoria sobre la Alemania nazi en la Gran Guerra Patria (1941-1945), como se conoce en esa zona del mundo la Segunda Guerra Mundial.
Traducida a más de veinte idiomas, el libro narra el inconmensurable coste de la victoria sobre la Alemania nazi en la Gran Guerra Patria (1941-1945), como se conoce en esa zona del mundo la Segunda Guerra Mundial.
Aunque
la mayoría de los soldados soviéticos fueron hombres -cerca de un millón de
mujeres sirvieron en el Ejército Rojo-, las mujeres sufrieron tanto en el
frente de batalla como en la retaguardia como madres, hijas y hermanas.
Ese
mismo año, se publicó también Últimos testigos, relatos que
fueron muy alabados por la crítica como precursores de la "nueva
prosa bélica" y que recoge las voces de aquellos que vivieron de
niños (6-12 años) la contienda.
La
Guerra de Afganistán, acontecimiento que precipitó la desintegración soviética,
es el protagonista de Los chicos del zinc (1989), pero
desde el punto de vista de los veteranos y de las madres de los caídos en el
país centroasiático.
Para
escribir esa obra, Alexievich dedicó cuatro años a viajar por la Unión
Soviética, e incluso visitó Afganistán, pero su publicación estuvo rodeada por
la controversia, ya que la escritora fue acusada de profanar la memoria de los
héroes de la guerra.