El dictador
cubano Raúl Castro merece un Premio Nobel por caradurismo político: está
exigiendo compensaciones económicas por el embargo comercial estadounidense,
sin mencionar que la medida fue impuesta después de que Cuba expropió
propiedades de estadounidenses por valor de hasta $7,000 millones, y fusiló a
miles de personas cuyos familiares nunca han sido compensados.
En su
discurso ante las Naciones Unidas a principios de esta semana, Castro exigió
“que se compense a nuestro pueblo por los daños humanos y económicos que aun
sufre” como consecuencia del embargo. En un informe dirigido a la Asamblea
General de las Naciones Unidas el año pasado, Cuba afirmó que tales daños
acumulados alcanzan los $117,000 millones.
Yo estaba
en la Ciudad de México cuando Castro hizo su discurso en las Naciones Unidas, y
los periódicos llevaban grandes titulares sobre la exigencia del gobernante
cubano, sin mencionar que las sanciones comerciales de Estados Unidos fueron
impuestas en respuesta a las expropiaciones realizadas por Cuba. Como si solo
una de las dos partes estuviera en falta.
egún la
Comisión para la Solución de Reclamaciones en el Extranjero de Estados Unidos,
una agencia semiindependiente del Departamento de Justicia, hay cerca de 6,000
reclamaciones certificadas de propiedades de estadounidenses expropiadas en
Cuba, por valor de $1,900 millones, sin contar intereses. Con una tasa de
interés anual del 6 por ciento, la cifra total alcanzaría alrededor de $7,000
millones.
Entre las
demandas estadounidenses están las de unas 900 grandes empresas, incluyendo
Office Depot (que se quedó con los reclamos de la Compañía Cubana de
Electricidad), ITT Corporation, Exxon, Texaco, Coca-Cola, Colgate-Palmolive,
Firestone y General Motors. Otros miles de reclamos son de individuos
estadounidenses que tenían propiedades en Cuba.
La cuestión
de la indemnización de Cuba por sus expropiaciones será un gran obstáculo en la
luna de miel del presidente Obama y el régimen de Castro. En su discurso en la
ONU, Castro dijo que las relaciones entre Estados Unidos y Cuba no se
normalizaran plenamente hasta que el Congreso de Estados Unidos levante lo que
queda del embargo comercial contra la isla. Sin embargo, es poco probable que
se levante el embargo sin que antes se solucione el problema de las propiedades
confiscadas.
Raúl
Valdés-Fauli, un abogado de la firma Fox Rothschild en Miami que representa a
empresas con reclamaciones en Cuba, me dijo que los legisladores
cubanoamericanos en el Congreso “están utilizando el tema de la compensación
por las expropiaciones como su principal excusa para impedir el levantamiento
del embargo de Estados Unidos”.
Y añadió:
“Estados Unidos hace negocios con países totalitarios como China y Vietnam, a
pesar de sus problemas de derechos humanos. La diferencia en el caso cubano son
los reclamos de propiedades sin resolver”.
Richard
Feinberg, un ex funcionario de la Administración Clinton y autor de un estudio
de la Brookings Institution sobre los reclamos estadounidenses en Cuba que será
dado a conocer en noviembre, me dijo que la exigencia de Castro de que Estados
Unidos pague por los daños causados por el embargo “es, en parte, un tema de
política interna: Castro quiere mostrarle a su pueblo que no se está doblegando
ante las presiones de Estados Unidos, y que está defendiendo enérgicamente los
intereses cubanos”.
Feinberg
agregó: “Pero también, sin duda, es un arma de negociación: los cubanos están
tratando de reducir los pagos de compensación por las propiedades
estadounidenses, sobre todo disminuyendo intereses”.
Mi opinión:
el discurso ante la ONU de Castro sería un chiste, si no fuera por el hecho de
que Cuba es una tragedia, en la que una dictadura decrépita sigue condenando al
pueblo a estar entre los más pobres y oprimidos del continente.
Tarde o
temprano, si Cuba quiere terminar con la última excusa de quienes defienden el
embargo y gana acceso a los préstamos y a las inversiones internacionales,
tendrá que negociar las compensaciones por las propiedades expropiadas, al
igual que lo hicieron Alemania y Vietnam cuando se reinsertaron en la economía
global. Mientras tanto, Castro merece un Nobel de hipocresía política.
Por Andrés
Oppenheimer