Los trabajos que se presentan en este volumen constitu-
yen un valioso aporte para el público hispanoamericano que
con interés creciente ha podido asomarse al impresionante
edificio conceptual desarrollado por el profesor Niklas Luh-
mann.
La Universidad Iberoamericana, en colaboración con
otras entidades de educación superior, ha facilitado el acce-
so en castellano a parte significativa de la obra de Luhmann.
De esta forma ya se han publicado: Sistemas sociales (1991);
Sociología del riesgo (1992); El sistema educativo (1993) y
Teoría de la sociedad (1993). Estos libros —más otros que se
encuentran en preparación— han permitido, gracias al es-
fuerzo de coordinación del Dr. Javier Torres Nafarrate, con-
tar con una traducción precisa del pensamiento luhmannia-
no, tarea cuyas dificultades podrá apreciar quienquiera que
observe la profundidad de este pensamiento, su novedad y
precisión conceptuales y las innumerables vertientes socioló-
gicas y no sociológicas que lo nutren. Todo esto puede ser
entendido todavía en mayor magnitud por aquel que se haya
enfrentado a la obra de Luhmann en su versión original en
alemán.
VII
No nos detendremos aquí a realizar una reseña del pen-
samiento luhmanniano. El Dr. Torres Nafarrate, en su pre-
sentación de Sociología del riesgo, El sistema educativo y Teo-
ría de la sociedad ha ofrecido de manera clara y exacta los
principales conceptos que sustentan la teoría de Luhmann.
Además, se cuenta con Sistemas sociales, obra central en que
se expone con toda la extensión necesaria la armazón teóri-
ca que este prolífico autor alemán ha venido desarrollando a
lo largo de tres décadas. En ella busca encontrar un marco
teórico lo suficientemente complejo como para ser capaz de
dar cuenta de los fenómenos sociales, de la moderna socie-
dad mundial y, por consiguiente, de la misma teoría de los
sistemas sociales, como un aspecto de lo social en lo social.
Nos limitaremos, por lo tanto, a ofrecer algunos puntos cen-
trales del trabajo de Luhmann acompañados de su evolución
histórica.
La obra del profesor Luhmann consiste en la elaboración
de una superteoría, con pretensiones de universalidad, vale
decir, que reclama aplicabilidad para todo fenómeno social.
Esta pretensión de universalidad no ha de ser entendida, no
obstante, como un intento de excluir otras posibles interpre-
taciones teóricas que —desde la misma sociología o desde
otras disciplinas; desde la ciencia o desde otros subsistemas
de la sociedad— puedan levantarse alternativamente. Por el
contrario, la teoría de sistemas de Niklas Luhmann se ha
construido en un diálogo constante con diferentes esfuerzos
conceptualizadores provenientes de la filosofía, la sociología,
la lógica formal, el derecho, la teología, la biología, la física,
etc. En este intercambio se ha desarrollado un marco con-
ceptual que, manteniendo un hilo central que guía la investi-
gación desde sus comienzos hasta su estado actual, ha in-
corporado elementos de diversas procedencias. Así, la teo-
ría resultante ofrece una amplia variedad conceptual que
le permite dar cuenta de los fenómenos sociales de manera
radicalmente novedosa —para una perspectiva sociológica
tradicional— y que facilita, además, el diálogo interdiscipli-
nario.
VIII
Creemos poder decir sin exageración que la obra de Luh-
mann se perfila como el trabajo teórico de mayor enverga-
dura que haya sido elaborado en la sociología del presente
siglo. Por otra parte, al incluir elementos de otras áreas del
saber, tales como la cibernética, la biología, la matemática,
etc., ha permitido por vez primera observar el fenómeno so-
cial desde la perspectiva de su creación en el acto mismo de
conocer, superando así la vieja dicotomía entre sujeto y ob-
jeto. En esta propuesta el sujeto es reemplazado por el ob-
servador y el objeto por lo observado, pero no se trata ya
más de un observador que —como una placa fotográfica—
limita su acción a la mera pasividad, al simple hecho de
dejarse impresionar por el objeto observado. El observador
reconoce en esta teoría una posición más activa, conoce me-
diante esquemas de distinción, que ha incorporado autorre-
ferencialmente y que le permiten establecer diferencias reci-
biendo, por tanto, noticias de diferencia. Observador y ob-
servado quedan, por consiguiente, integrados en el acto crea-
tivo del conocimiento, donde —sin embargo— permanece un
punto ciego inmanente a toda observación: los esquemas de
distinción utilizados por el observador. Estos esquemas de dis-
tinción pueden ser, a su vez, vistos por el observador de se-
gundo orden, aquel que observa a un observador observan-
do, pero —nuevamente— este observador de segundo orden
no puede ser testigo de sus propios esquemas de distinción.
No existe, por tanto, un super observador científico poseedor
de la verdad absoluta y de allí se desprende que la teoría de
sistemas de Niklas Luhmann tenga la pretensión de ser apli-
cable a cualquier fenómeno social, pero que no pueda pre-
tender la exclusividad ni reclamar para sí la posición única
de observador último, dueño de la verdad definitiva.
A continuación trataremos de presentar un breve esbozo
de algunos momentos de la evolución de la teoría, con el
objeto de mostrar que ésta, a pesar de haber ido introdu-
ciendo, a lo largo de los años, conceptos y terminologías de
fuentes no estrictamente ancladas en la tradición sociológi-
ca, ha consistido fundamentalmente en el desarrollo del pen-
IX
Sarniento que puede encontrarse bosquejado en forma pro-
gramática en los primeros ensayos de este autor, que datan
de comienzos de la década de los sesenta.
Hacia fines de la década del cincuenta, la sociología se
encontraba en una crisis paradigmática de importancia. Las
propuestas teóricas funcionalistas que habían caracterizado
el quehacer sociológico —en Estados Unidos y, desde allí, en
el resto del mundo— ya no parecían ser capaces de explicar
los nuevos sucesos que preocupaban a los observadores de
lo social. El American Dream llegaba a su término y las ju-
ventudes de los países desarrollados se rebelaban «sin cau-
sa» ante los modelos que pretendían imponerles las genera-
ciones mayores. La guerra fría amenazaba —como en la cri-
sis de los misiles— momento a momento con perder su
frialdad y desembocar en un tercer y más cruento enfrenta-
miento mundial. Los fenómenos sociales se demostraban
como extremadamente complejos, por lo que no parecía
posible pretender comprenderlos desde un enfoque globali-
zador.
Es así como el funcionalismo se ve criticado desde dos
ángulos: uno interno y otro externo. Desde el interior de la
perspectiva funcionalista acaso la crítica más fecunda, por
los seguidores que encontró, haya sido la elaborada por Ro-
bert K. Merton, quien ya en 1949 sostenía, contra Parsons,
que era ilusorio, dado el estado de avance del conocimiento
sociológico, pretender elaborar una gran teoría capaz de dar
cuenta del fenómeno social en todas sus manifestaciones. Se
trata de la conocida propuesta mertoniana de construir teo-
rías de rango medio, apropiadas para acumular conocimien-
to empíricamente validado en ámbitos específicos y reduci-
dos de lo social, antes de emprender la tarea más ambiciosa
de develar, por medio de una super teoría, la base misma
del fenómeno social en su totalidad. Desde el exterior de la
teoría funcionalista, la crítica tenía un tinte más ideológico.
Se afirmaba que este enfoque era incapaz de —e incluso
más, no lo deseaba— comprender el fenómeno del conflicto
social. El conflicto parecía evidente, tanto al nivel de las so-
X
ciedades nacionales que se enfrentaban entre sí aisladamen-
te o como bloques, como al nivel interno, en que huelgas
laborales y estudiantiles se esparcían por doquier. La violen-
cia de los jóvenes que con chaquetas de cuero negro y moto-
cicletas asolaban los barrios de las grandes ciudades era algo
que no podía mantenerse sin encontrar una explicación ade-
cuada y el funcionalismo no parecía ser capaz de ofrecerla.
Una primera propuesta trata de ser conciliadora buscando,
junto a Coser, las «funciones del conflicto social». Posterior-
mente, sin embargo, esto no parece suficiente y Ralf Dah-
rendorf plantea que se ha hecho necesario levantar una al-
ternativa teórica distinta —con supuestos centrales opues-
tos— al funcionalismo. Esta es la teoría del conflicto social
en que el conflicto deja de ser algo no tomado en cuenta o
considerado de manera marginal, para pasar a constituir el
núcleo central sobre el que se construye la sociedad. En
suma, los autores de la época, desanimados por la extrema
complejidad de una sociedad cada vez menos comprensible
y por el surgimiento de conflictos sociales de diversa índole,
niegan que la sociología esté en condiciones de abarcar el
tema en términos globales y que el funcionalismo sea una
posibilidad válida de explicación para una sociedad cuyas
contradicciones parecen evidentes.
En ese momento, Niklas Luhmann inicia su trabajo pro-
gramático de construcción teórica proponiéndose una tarea
sumamente ambiciosa y que, desde sus primeros esbozos,
provoca el desconcierto y la admiración de quienes se ven
expuestos a su lectura. Este asombro es por demás justifica-
do, si se considera que Luhmann retoma la crítica al funcio-
nalismo y a la teoría parsoniana, pero —como posteriormen-
te será habitual en él— desde una óptica totalmente diferen-
te a la que en ese momento constituye la tónica característi-
ca de los tiempos.
En efecto, la discusión que hace Luhmann del funciona-
lismo no sigue el camino hollado que consistía en demostrar
su inaplicabilidad como método de investigación de los pro-
blemas sociales. Por el contrario, su postura consiste en afir-
XI
mar que el más grave problema del funcionalismo y de sus
cultores en el ámbito de las ciencias sociales, ha sido la falta
de radicalidad con que se ha hecho uso del análisis funcio-
nal. No se trata, por consiguiente, de que el método fun-
cional sea inadecuado, sino que no ha sido utilizado en su
verdadera potencialidad. Para hacerlo, es necesario radicali-
zar —en lugar de olvidar— el método funcional, entendien-
do función en el sentido lógico-matemático del término, vale
decir, como un esquema lógico-regulador que permita com-
parar entre sí, como equivalentes funcionales, sucesos que
desde otra perspectiva serían absolutamente incomparables.
Además de esto es necesario despojar al análisis funcional
de sus referencias ontológicas, que lo subordinan innecesa-
riamente al análisis causal siendo que la causalidad es antes
bien un caso de análisis funcional y no a la inversa el fun-
cionalismo un caso particular de causalidad.
Por otra parte, Luhmann no critica a la teoría parsoniana
en su pretensión de constituirse en una gran teoría, como
era habitual en la época, sino que la objeta porque su inten-
to globalizador fracasa al enfrentarse al tema de la sociedad,
dado que ésta sería un sistema omniabarcador —el sistema
de los sistemas— y —al mismo tiempo— un sistema que
debería definirse por sus límites respecto a un entorno. Apa-
rentemente, la teoría parsoniana no logra dar el paso defini-
tivo del paradigma todo/partes al paradigma sistema/entor-
no, que había sido señalado por la teoría de sistemas abier-
tos de Ludwig von Bertalanffy. Además de esto, Parsons su-
bordina el concepto de función al de estructura, lo que lleva-
rá a una forma de construcción teórica que limita sus pro-
pias posibilidades de expansión explicativa debido a que se
encuentra obligada a preguntarse por las condiciones nece-
sarias para la mantención de un sistema dado sin siquiera
ser capaz de plantearse el tema de la función cumplida por
el sistema o por el surgimiento de éste.
A partir de esta crítica, Luhmann define su postura teóri-
ca como funcional-estructuralismo la que, a diferencia del es-
tructural-funcionalismo parsoniano, no considera que haya
XII
ciertas estructuras dadas que deban ser sostenidas por fun-
ciones requeridas, sino que es la función —que puede ser
cumplida por diversos equivalentes funcionales— la que an-
tecede a la estructura. Con esto es posible armar un entra-
mado teórico capaz de preguntarse incluso por la función de
la construcción de un sistema dado. Esta función —señala
Luhmann— consiste en la comprensión y reducción de la
complejidad. De esta manera, la teoría sociológica se ve en-
riquecida con una temática proveniente de la cibernética: la
complejidad, que en esta perspectiva no ha de ser vista
como un obstáculo ni una dificultad para la construcción de
un sistema, sino más bien como la condición misma que la
hace posible. Un sistema surge en un proceso de reducción
de complejidad; es menos complejo que su entorno y sus
límites respecto a él no son físicos, sino de sentido. El pro-
blema de la extrema complejidad del mundo, que había lle-
vado a que la sociología desistiera del intento de elaboración
de teorías universales pasa a ser, por consiguiente, precisa-
mente la condición que hace posible —y fructífero— este
intento.
Adicionalmente, esta teoría no se agota en la búsqueda
de explicación de lo dado, ni intenta dar por supuesto que lo
observado se encuentra allí por algún tipo de necesidad lógi-
ca u ontológica. Su interés se ubica precisamente en lo con-
tingente, en la pregunta por las otras posibilidades —que no
han sido actualizadas, pero que podrían haberlo sido— en
los equivalentes funcionales que podrían ofrecer soluciones
comparables a un mismo problema, en la improbabilidad de
la construcción sistémica y en las condiciones que hicieron
posible superar dicha improbabilidad para que un sistema
dado pudiera tener lugar. El tema del conflicto, por ejemplo,
que había sido descuidado en el funcionalismo de viejo cuño
y que había sido entronizado en la teoría del conflicto, pasa
a ser una posibilidad más, un equivalente funcional, para la
construcción —y aún para la mantención— de un cierto sis-
tema. Incluso en la cooperación —dice Luhmann— el con-
flicto se encuentra subyacente como mecanismo regulador
XIII
que permite establecer las condiciones sobre las cuales la
cooperación puede edificarse y mantenerse.
A comienzos de la década de los setenta se produce en el
mundo un interés creciente por utopías de diversa índole. El
año 1968 está marcado por los movimientos estudiantiles
que quieren hacer posible lo inalcanzable por las vías refor-
mistas internas al sistema establecido: «seamos realistas pi-
damos lo imposible» reza un conocido eslogan de los estu-
diantes franceses. Los Beatles cantan All you need is love y el
fenómeno hippie se extiende por las principales ciudades del
mundo desarrollado.
Este es el momento de la conocida polémica entre Luh-
mann y Habermas. La pregunta que resume esta confronta-
ción teórica es precisamente acerca de las posibilidades que
ofrece la moderna teoría de sistemas. ¿Será, como se sospe-
cha, una tecnología social o podrá elaborarse —a partir de
sus elementos— una teoría de la sociedad capaz de interpre-
tar convincentemente los nuevos fenómenos que exigen de la
sociología una mayor capacidad explicativa? Los movimien-
tos juveniles, sociales y políticos habían dado por superados
los planteamientos de la Escuela de Francfort. El mismo
Adorno sufre el repudio de estudiantes que consideran insa-
tisfactorias sus respuestas. El tema recurrente es el del senti-
do —que es visto como ausente— el mundo, o mejor dicho,
la sociedad parece no tener sentido y, de allí que el hippismo
—por ejemplo— trate de encontrar una forma nueva, alter-
nativa, de otorgar sentido al quehacer social, apartándose de
los cauces de la sociedad vigente.
Luhmann, manteniéndose coherentemente en su progra-
ma de investigación, continúa desarrollando un marco con-
ceptual alejado de las modas pasajeras, pero ofreciendo res-
puestas inesperadas a los problemas conyunturales. La so-
ciedad mundial es para él un hecho indesmentible, el senti-
do es intersubjetivo, pero no presupone al sujeto y, además,
es una categoría innegable: el sin sentido no existe. La teoría
de sistemas debe desarrollarse paralelamente a una teoría de
la evolución, para que se haga posible llegar a la elaboración
XIV
de una superteoría capacitada de explicar no sólo la socie-
dad moderna globalizada, sino también las sociedades arcai-
cas y los diferentes momentos de su desarrollo. Adicional-
mente a esto, la teoría de los sistemas sociales debe com-
prender los diferentes tipos de sistemas —la interacción, las
organizaciones y la sociedad— así como las condiciones dis-
tintivas que les permiten surgir, en forma semejante a la au-
tocatálisis, a partir de la complejidad que han de reducir. A
diferencia con otras propuestas teóricas, no se ofrece en ésta
una utopía, una sociedad modelística ideal a la que se haya
de llegar a través de la negación y la superación de las con-
diciones que caracterizan a la sociedad del momento. La
teoría luhmanniana presenta, en cambio, un poderoso ins-
trumental analítico que permite comprender el funciona-
miento de la sociedad, sus subsistemas, las organizaciones y
las interacciones que tienen lugar en ella. Los mecanismos
de reducción de la complejidad, los códigos propios de los
diferentes subsistemas, los esquemas binarios de regulación
de las relaciones al interior de cada subsistema y de los in-
tercambios entre ellos, son escudriñados rigurosamente y en
detalle, de tal manera que con la ayuda de este aparataje
conceptual, se perfila gradualmente una visión extremada-
mente adecuada de las características de la sociedad moder-
na y los procesos que se suceden en sus diferentes niveles.
Se trata de una perspectiva aguda, teñida por un ligero es-
cepticismo frente a los fanatismos y las soluciones fáciles, en
que la ironía contribuye paso a paso a matizar el descarnado
análisis de los diversos aspectos del fenómeno social que son
puestos bajo su óptica.
Los años ochenta aparecen marcados por una gran des-
esperanza en el mundo. Las utopías no logran ya aglutinar
en torno suyo a las multitudes, ni tampoco a los grupos más
reducidos de autores que piensan en torno a lo social. El
fenómeno hippie, por ejemplo, en lugar de demostrar ser
una alternativa viable de creación de una sociedad al mar-
gen de la sociedad, construida sobre la base del amor y la
libertad, ha pasado a ser absorbido por la sociedad de con-
XV
sumo; ha sido una moda y, como tal, pasajera. Los jóvenes
contestatarios del 68 se han transformado en ejecutivos efi-
cientes, en políticos establecidos o en hombres maduros reti-
rados de la vida pública. Hay una ola de pesimismo que
invade las diversas esferas. La guerra de Vietnam concluye,
dejando un saldo de muertes y pérdidas y sin que pueda
nadie reclamar para sí la victoria, ni la consecución de ideal
alguno. El pesimismo es la nota característica de una juven-
tud que no encuentra en el futuro opciones convincentes que
le permitan orientar sus acciones presentes. Se habla de fin
de las ideologías y la palabra más recurrente en los debates
y titulares de periódicos y revistas es crisis. Se vive una ola
de nostalgia en que se trata de reencontrar en el pasado in-
mediato —los años setenta y sesenta— o mediato —los años
cincuenta y cuarenta— las alternativas que el tiempo ha bo-
rrado. Se escucha música antigua, se reestrenan películas ya
largamente olvidadas, se rescata de los viejos roperos la
moda que en otra época fue actual y las piezas de los adoles-
centes se decoran con fotografías de personajes —del cine o
la vida cotidiana— que hace ya largo tiempo que han dejado
de constituir noticia.
En esta época, que tan pocas oportunidades parece ofre-
cer, Luhmann pone una nota de optimismo que —no podía
ser de otro modo— sin embargo mantiene un toque de iro-
nía escéptica. Incorpora en la década de los ochenta los con-
ceptos de autopoiesis, acoplamiento estructural, determinis-
mo estructural, etc., con los que su pensamiento puede ex-
presarse de manera más precisa, sin que para esto tenga que
hacer concesiones de ninguna especie. En efecto, como vere-
mos en los trabajos que se presentan en este volumen, la
obra de Niklas Luhmann ha evolucionado desarrollando
consistentemente el programa de trabajo propuesto a co-
mienzos de los años sesenta. Si se lee —haciendo uso de
conceptos tales como el de autopoiesis— artículos anteriores
a la fecha en que el propio Luhmann aplica dicho concepto,
el lector podrá descubrir que no se altera en nada el sentido
de lo expuesto por el autor. En otras palabras, la introduc-
XVI
ción de conceptos nuevos no lleva a que Luhmann modifi-
que sustancialmente su pensamiento (por lo que no sería
adecuado hablar de su obra temprana en comparación con
su obra de madurez), sino que simplemente le permite decir
con conceptos más afines, de mayor precisión y fundados
empíricamente, lo mismo que venía afirmando desde antes.
La antigua preocupación luhmanniana por el tema de la au-
torreferencia y la autoorganización puede —en el concepto
biológico de autopoiesis— encontrar una expresión mucho
más acabada, que le permitirá referirse a los sistemas socia-
les y psíquicos como poseyendo la característica de generar
los propios elementos que, los componen. Comienza a plas-
marse, en esta fértil década de la reflexión luhmanniana, la
concreción de su proyecto teórico: en 1984 publica Sistemas
sociales y a fines de los años ochenta tiene ya bastante avan-
zada su Teoría de la sociedad.
La discusión en torno a la teoría de Luhmann trasciende
los límites de la lengua alemana. Múltiples traducciones se
suceden en un lapso relativamente corto. Se hace accesible
así a la sociología mundial una propuesta teórica cuyas am-
biciones universalistas —en el sentido señalado anteriormen-
te— van siendo justificadas al ampliar el propio autor sus
esquemas interpretativos a diversos ámbitos del quehacer
social. Tanto los subsistemas societales —la Educación, la
Religión, la Economía, la Ciencia, la Familia, el Derecho,
etc.— como las preocupaciones que afectan a la sociedad
moderna —la ecología, las autoobservaciones de la socie-
dad moderna que tratan de comprenderla como «post-mo-
derna», los efectos de una comunicación globalizada, etc.—
son abordados por Luhmann con sistematicidad, profundi-
dad e ironía. Más de cuarenta libros evidencian la potencia-
lidad del proyecto iniciado en los años sesenta. La crítica,
por su parte, cambia sus perspectivas siguiendo los vaivenes
coyunturales de una modernidad que en su evolución pre-
senta aristas que no habían podido ser anticipadas por la
sociología de cuño tradicional. La incomprensión del trabajo
de Luhmann trata de superarse mediante intentos de encasi-
XVII
liarlo en los parámetros habituales característicos de la tra-
dición sociológica o, incluso, de las ideologías que van que-
dando obsoletas por los cambios experimentados por la pro-
pia sociedad. Así, resulta curioso encontrar que antiguos de-
tractores se transforman en nuevos seguidores, aunque in-
tenten mantener una cierta distancia con un pensamiento
que, todavía, les parece poco ortodoxo.
Luhmann, por su parte, reacciona con modestia, pero
con firmeza frente a la crítica y la alabanza. Su opinión es
que el pensamiento sociológico contemporáneo ha quedado
entrampado en un camino sin salida. La revisión, repetida
hasta el cansancio, de la obra de los clásicos constituye una
aporía de la cual no pueden surgir propuestas teóricas capa-
ces de comprender los fenómenos sociales resultantes de la
evolución de un siglo. Los clásicos de la sociología han ci-
mentado las bases de la disciplina y eso no hay quien lo
dude, pero la única forma de poder construir sobre esa base
consiste en atreverse a romper con la continuidad del pensa-
miento clásico cuando éste ya no resulta fructífero para el
análisis de fenómenos que no pudieron ser avisorados en el
momento en que los padres de la sociología —y sus antece-
dentes en la filosofía viejo europea— reflexionaron sobre la
sociedad de su época. El sendero que se abre ha de ser, por
lo tanto, de continuidad y ruptura: continuidad para estable-
cer las vinculaciones necesarias con las preguntas que han
ocupado la atención de la sociología y la han caracterizado
como disciplina, pero —al mismo tiempo— ruptura, para
desembarazarse sin sentimientos de culpa de las respuestas
ofrecidas por los primeros sociólogos y que ya no son ade-
cuadas para la comprensión cabal de una sociedad cuya
complejidad requiere de respuestas acordes a ella. Como
ejemplo de esto, podríamos señalar su decidida separación
—que ningún otro sociólogo ha osado— de la teoría de la
acción, reemplazándola por una teoría de la comunicación.
En efecto, si se sigue a Parsons, el pensamiento social —pre-
vio a la creación de la sociología como ciencia social autó-
noma y posterior a ella— ha quedado caracterizado por el
XVIII
estudio de la acción social como el elemento fundante de
todo lo social. El propio Parsons se inscribe en esta línea de
trabajo y su aporte —como el mismo Parsons lo indica—
consistirá en dar un paso adelante al tratar de proponer una
teoría de la acción que haga compatibles las diversas con-
ceptualizaciones acuñadas para comprender la acción social,
superando así la versión utilitarista de la acción que había
concluido en el paso anterior: en el trabajo de Spencer.
Pero Parsons, indica Luhmann, ya se ha transformado en
un clásico, de tal manera que los sociólogos actuales, ante la
evidente incapacidad de elaborar propuestas teóricas nuevas,
vuelven su mirada también a la obra de este tan discutido
sociólogo del siglo XX, tratando de encontrar en él —a través
de trabajos exegéticos— pistas que les permitan comprender
los sucesos de la modernidad y sin caer en el «anything
goes» propuesto por quienes creen haber encontrado el sen-
tido en el sin sentido. Al relativismo extremo para el que no
existe verdad alguna, ni —tampoco— posibilidad alguna de
acuerdo, como no sea la de la mutua tolerancia en el caos,
en el «tarro de basura», sin orden aparente, se opone un
consenso racionalmente fundado, en que poca cabida hay
para el disenso el que —ya lo señalaba Durkheim— puede
ser mucho más condenable, por su irracionalidad. Luhmann
estima que la teoría de la acción ya ha cumplido su ciclo y
que debe ser reemplazada decididamente por una teoría de
la comunicación (y no tímidamente complementada por una
teoría de la acción «comunicativa»), si se quiere avanzar en
la elaboración de conceptos capaces de dar cuenta efectiva-
mente de las características de la sociedad moderna.
Los años noventa ofrecen un mundo enteramente cam-
biado. La década anterior, caracterizada por la desesperan-
za y la nostalgia, por la búsqueda del sentido perdido, culmi-
na sorprendentemente con una serie de sucesos inesperados
—tales como el derrumbe de los países europeo orientales y
la caída del muro de Berlín—, lo que deja prácticamente sin
referentes a parte importante de las elaboraciones teóricas
más populares. Lo más admirable, sin embargo, es la inca-
XIX
pacidad demostrada por la teoría sociológica para vislum-
brar los fenómenos que estaban ocurriendo ante sus propios
ojos: la autonomización de los subsistemas, la globalización
de los procesos sociales, la pérdida de prioridad de un sub-
sistema sobre los otros, etc., eran síntomas más que claros
para poder contemplar sin extrañeza un cambio que no con-
sistía en más que en la concreción práctica de un proceso
que se venía anunciando. En efecto, la economía y la políti-
ca se autonomizan y ya no se puede continuar pensando en
dirigir una desde la otra; los procesos sociales tienen una
incidencia que va más allá de las fronteras nacionales, de tal
modo que la sola pretensión de mantener aislado artificial-
mente un sector de la sociedad mundial es —por decir lo
menos— ingenuo y sin perspectivas; las comunicaciones tras-
cienden todos los límites y cualquiera —en cualquier lugar
del mundo— puede asistir como espectador, que acaso qui-
siera ser actor, al espectáculo de las profundas transforma-
ciones que han caracterizado la segunda mitad de este siglo.
Los años noventa comienzan con una ola de entusiasmo.
La falta de perspectivas que parecía caracterizar los años
ochenta se ve deslumbrada por la amplitud del espectro de
posibilidades que engañosamente ofrece el advenimiento de
la nueva década. Pronto, sin embargo, comienza a hacerse
visible la otra cara de la medalla y al entusiasmo inicial, a
los abrazos fraternos que unen a quienes por espacio de lar-
gos años habían estado separados ideológica y físicamente
por un muro, se sigue una secuela de problemas e intereses
contrapuestos que hacen poner en duda la alegría y la con-
fianza en el consenso y la solidaridad mundial. Resurgen,
con una fuerza inusitada, los regionalismos y reivindicacio-
nes culturales que largamente acalladas cobran nueva fuerza
y presencia mundial.
En este momento, Luhmann ofrece una versión anticipa-
da de lo que ha de ser su teoría de la sociedad. Se publica
en italiano en 1992 y es traducida inmediatamente, en 1993,
al castellano, gracias al empuje y la iniciativa del Dr. Torres
Nafarrate, que concita el apoyo de las Universidades Iberoa-
XX
mericana, de Guadalajara y del Instituto Tecnológico y de
Estudios de Occidente. La Teoría de la sociedad no sólo
muestra las características de la sociedad moderna, como
una sociedad funcionalmente diferenciada, sino que abre
—desde la comunicación— vías para entender las posibilida-
des y dificultades de una comunicación que no es dada por
evidente, sino como altamente improbable. Toda comunica-
ción tiene lugar en la sociedad y la reproduce, pero esto no
implica una comunicación a-problemática, ideal, razonable
y consensual, sino precisamente una comunicación que pue-
de ser conflictiva, irracional y conducir al disenso, aunque
en todos estos casos contribuya a la mantención de la auto-
poiesis de un sistema societal complejo que da cabida al
conflicto y a la incomprensión y que, a pesar de esto, conti-
núa reproduciéndose como un sistema que autogenera sus
propios elementos constituyentes.
No escapa a la mirada de Luhmann, la situación vivida
por amplios sectores de la población mundial que —en lugar
de lo afirmado por el concepto de inclusión de Parsons, en
el sentido de tener acceso, por la vía de los roles comple-
mentarios, a todos los subsistemas de la sociedad (no todos
pueden ser médicos, pero todos pueden ser pacientes; no to-
dos pueden ser profesores, pero todos pueden tener acceso a
la enseñanza; no todos pueden ser vendedores, pero todos
pueden ser compradores)— se ven excluidos de las diferen-
tes alternativas que los sistemas funcionales ofrecen: no
cuentan con educación, ni con servicios de salud e —inclu-
so— no cuentan con existencia legal, dado que ni siquiera
tienen la cédula de identidad que los acredita como ciudada-
nos. Este es el tema complementario al de la inclusión; es el
fenómeno de la exclusión y no se trata en él simplemente de
una marginación, de una falta de integración. Estos grupos
pueden estar —y lo están— fuertemente integrados, pero re-
sultan invisibles para los subsistemas funcionales porque no
cuentan con las condiciones mínimas para ser considerados.
Este es el tema que ocupa hoy por hoy el pensamiento de
Niklas Luhmann, con lo que intenta comprender aspectos de
XXI
la sociedad mundial que en lugares de India, o en las favelas
y villas miseria de países subdesarrollados, permanecen jun-
to al desarrollo, riqueza y crecimiento acelerado de la econo-
mía. Como se puede ver, el esquema arquitectónico de la
teoría sigue siendo el mismo: una mirada que conoce a par-
tir de la diferencia, que contempla las otras posibilidades, la
contingencia de lo social y que descubre que siempre en lu-
gar de estar en el mejor de los mundos posibles, nos encon-
tramos en un mundo pleno de mejores posibilidades.
En su trabajo sobre el PODER, cuya versión original ale-
mana es de 1975, continúa Luhmann su preocupación por
los medios de comunicación simbólicamente generalizados.
A través del estudio del poder pretende, por consiguiente, no
sólo clarificar el concepto de poder mismo, sino además
compararlo con otros medios.
En este libro, Luhmann señala con nitidez la opción teóri-
ca que caracteriza toda su obra: los sistemas sociales se cons-
truyen a partir de la comunicación y ésta sólo tiene lugar
cuando la selectividad de una notificación es entendida y
puede ser utilizada para la selección de un estado propio del
sistema. Todos los sistemas sociales son conflictos potencia-
les y sólo varía la medida de la actualización de este poten-
cial de conflicto, con el grado de diferenciación sistémica y
con la evolución societal. Los medios de comunicación pue-
den constituirse cuando la forma de selección de Alter al mis-
mo tiempo sirve como estructura motivacional de Ego. Esto
implica que la selección de Alter debe diferenciarse de la de
Ego, dado que ambas plantean —en el caso del poder— pro-
blemas diferentes. Alter dispone de más de una alternativa y,
por lo tanto, puede, en relación a su elección, generar y eli-
minar inseguridad en Ego. Desde el punto de vista de Ego,
que está subordinado al poder de Alter, el poder supone la
capacidad de disposición de otras alternativas de acción. El
poder de Alter será mayor, en la medida que pueda imponer-
se frente a alternativas atractivas de acción —o inacción—
por parte de Ego, de tal manera que sólo puede crecer en
conjunto con el aumento de la libertad del subordinado.
XXII
De esta forma, Luhmann estima que es necesario distin-
guir el poder de la obligación, de la coerción, de la violencia,
que lleva a actuar de una manera determinada y concreta.
En el caso límite, la coerción conduce a la violencia física y,
con ella, a la sustitución de la acción deseada y no consegui-
da del otro por la acción violenta propia y no querida. Así, el
ejercicio de la violencia demuestra incapacidad de poder.
La función de un medio de comunicación simbólicamen-
te generalizado consiste en la transmisión de complejidad
reducida. Así, basta con entender al poder —como a cual-
quier otro medio de comunicación simbólicamente generali-
zado— en términos de limitación del ámbito de selección del
otro. La causalidad del poder se basa en la neutralización de
la voluntad del otro y no necesariamente en doblegar la vo-
luntad de éste.
Al tratarse de un medio de comunicación simbólicamen-
te generalizado, el poder no es concebible como una propie-
dad o capacidad de uno solo de los involucrados en la rela-
ción. Antes bien, el poder ha de ser entendido como una
comunicación dirigida por un código. Como consecuencia
de esto, la función del poder no queda adecuadamente des-
crita si se piensa que consiste simplemente en movilizar al
subordinado a aceptar las órdenes del superior. También el
poderoso debe movilizarse para ejercer su poder y en esto
radica, a menudo, la mayor dificultad. El subordinado ha de
estar capacitado para elegir su propio comportamiento y,
por lo tanto, ha de poseer la posibilidad de autodetermina-
ción; sólo por esta razón se le aplican medios de poder, tales
como las amenazas, con el objeto de dirigirlo en esta elec-
ción propia. De este modo, cuando se postula un poder ab-
soluto, se trata de un poder escaso y limitado, porque en él
no hay situaciones de elección de Ego en las que Alter pueda
influir. Esta definición de poder se aparta bastante de las
conceptualizaciones habituales en sociología y recuerda, en
cambio, a Saint Exupery (no se puede ordenar a alguien
algo que no le sea posible realizar) y a Maturana, cuando
plantea que el poder implica una concesión del sometido.
XXIII
El poder recurre a una alternativa de evitación, lo que
quiere decir, que en la notificación comunicativa, el podero-
so amenaza con recurrir —en caso que sea necesario— a
una alternativa desagradable, que preferiría evitar, pero que
está dispuesto a utilizar en el caso que su comunicación sea
rechazada por el subordinado. Ejemplos de este tipo de al-
ternativas de evitación son: la violencia física, el despido, un
castigo, etc. El supuesto subyacente es que el subordinado
teme que esta amenaza se concrete. En otras palabras, el
poderoso espera que el sometido desee —aún más que él—
evitar llegar al caso de utilización de la alternativa de evita-
ción. Sólo así puede funcionar efectivamente el poder dado
que —en caso contrario— el superior puede verse obligado
a actuar haciendo uso de la alternativa de evitación: de la
violencia física, del despido, del castigo, y sin conseguir la
obediencia requerida, con lo que queda en claro su falta de
poder.
En el sistema organizacional, Luhmann distingue dos ti-
pos de poder que se basan en la capacidad de disposición
sobre la contingencia, en relación con roles deseados. Estos
tipos son el poder organizacional, referido a la pertenencia
misma a la organización. El hecho que la organización pue-
da condicionar la pertenencia y pueda despedir a quienes no
cumplan con lo exigido, constituye el elemento central del
poder organizacional. El poder personal, por su parte, tiene
que ver con las posibilidades ofrecidas por la organización
para hacer carrera en ella, es decir, de obtener puestos mejo-
res dentro de ella.
También los subordinados pueden disponer de poder, lo
que no ocurre necesariamente —como podría suponerse
desde el viejo concepto del poder como una suma constan-
te— a costas del poder de los superiores. Sin embargo, en
las organizaciones pueden diferenciarse las fuentes de poder,
pero no los temas en que el poder se encuentra en juego. De
esta manera, cualesquiera que sean las fuentes de poder en
que se basan superiores y subordinados, ambos deben refe-
rirse a un ámbito relativamente reducido. Por otra parte, se-
XXIV
ñala Luhmann, es equivocado el confundir niveles de cons-
trucción sistémica, como lo ha hecho la Escuela de Relacio-
nes Humanas. El poder que ocurre en una organización tie-
ne lugar en un sistema cuyos criterios de constitución son
diversos a los que orientan la autoselección de un sistema
interaccional. Así, puede conducir a errores conceptuales y
prácticos de importancia el pretender mezclar en el análisis
del poder, sus fuentes y sus temas, que se plantea en el deve-
nir organizacional, con el poder generado en las interaccio-
nes entre individuos, razón por la cual es conveniente tener
presentes las diferencias entre Interacción y Organización,
para evitar que la confusión de niveles conduzca a conclu-
siones también erradas y confusas respecto al poder y sus
resultados.
Para concluir esta nota, sólo nos queda indicar, como lo
hemos venido reiterando en las páginas que anteceden, que
la obra global de Luhmann —que abarca ya más de cuaren-
ta libros y más de doscientos cincuenta ensayos— manifiesta
la continuidad de un pensamiento que, a partir de la simple
constatación de la complejidad del mundo y de su necesaria
reducción significativa por los sistemas sociales y psíquicos,
va descubriendo aspectos inesperados en diversas manifesta-
ciones de lo social.
El poder, por su parte, es un importante medio de comu-
nicación simbólicamente generalizado que también se rela-
ciona con la complejidad: transmite complejidad reducida.
Es el medio de comunicación propio del susbsistema políti-
co y, en el caso de las organizaciones, formula condiciones
específicas de aplicación.
Desde sus comienzos, Luhmann ha estado interesado en
desarrollar diversas líneas de investigación que puedan con-
fluir finalmente en una teoría que sea lo suficientemente
compleja como para comprender la sociedad mundial y los
distintos tipos de sistemas que ocurren en su seno.
Una de estas líneas de trabajo, lo ha ocupado con el tema
de la formación de sistemas sociales, su constitución y los
mecanismos característicos que orientan su autoselección en
XXV
yen un valioso aporte para el público hispanoamericano que
con interés creciente ha podido asomarse al impresionante
edificio conceptual desarrollado por el profesor Niklas Luh-
mann.
La Universidad Iberoamericana, en colaboración con
otras entidades de educación superior, ha facilitado el acce-
so en castellano a parte significativa de la obra de Luhmann.
De esta forma ya se han publicado: Sistemas sociales (1991);
Sociología del riesgo (1992); El sistema educativo (1993) y
Teoría de la sociedad (1993). Estos libros —más otros que se
encuentran en preparación— han permitido, gracias al es-
fuerzo de coordinación del Dr. Javier Torres Nafarrate, con-
tar con una traducción precisa del pensamiento luhmannia-
no, tarea cuyas dificultades podrá apreciar quienquiera que
observe la profundidad de este pensamiento, su novedad y
precisión conceptuales y las innumerables vertientes socioló-
gicas y no sociológicas que lo nutren. Todo esto puede ser
entendido todavía en mayor magnitud por aquel que se haya
enfrentado a la obra de Luhmann en su versión original en
alemán.
VII
No nos detendremos aquí a realizar una reseña del pen-
samiento luhmanniano. El Dr. Torres Nafarrate, en su pre-
sentación de Sociología del riesgo, El sistema educativo y Teo-
ría de la sociedad ha ofrecido de manera clara y exacta los
principales conceptos que sustentan la teoría de Luhmann.
Además, se cuenta con Sistemas sociales, obra central en que
se expone con toda la extensión necesaria la armazón teóri-
ca que este prolífico autor alemán ha venido desarrollando a
lo largo de tres décadas. En ella busca encontrar un marco
teórico lo suficientemente complejo como para ser capaz de
dar cuenta de los fenómenos sociales, de la moderna socie-
dad mundial y, por consiguiente, de la misma teoría de los
sistemas sociales, como un aspecto de lo social en lo social.
Nos limitaremos, por lo tanto, a ofrecer algunos puntos cen-
trales del trabajo de Luhmann acompañados de su evolución
histórica.
La obra del profesor Luhmann consiste en la elaboración
de una superteoría, con pretensiones de universalidad, vale
decir, que reclama aplicabilidad para todo fenómeno social.
Esta pretensión de universalidad no ha de ser entendida, no
obstante, como un intento de excluir otras posibles interpre-
taciones teóricas que —desde la misma sociología o desde
otras disciplinas; desde la ciencia o desde otros subsistemas
de la sociedad— puedan levantarse alternativamente. Por el
contrario, la teoría de sistemas de Niklas Luhmann se ha
construido en un diálogo constante con diferentes esfuerzos
conceptualizadores provenientes de la filosofía, la sociología,
la lógica formal, el derecho, la teología, la biología, la física,
etc. En este intercambio se ha desarrollado un marco con-
ceptual que, manteniendo un hilo central que guía la investi-
gación desde sus comienzos hasta su estado actual, ha in-
corporado elementos de diversas procedencias. Así, la teo-
ría resultante ofrece una amplia variedad conceptual que
le permite dar cuenta de los fenómenos sociales de manera
radicalmente novedosa —para una perspectiva sociológica
tradicional— y que facilita, además, el diálogo interdiscipli-
nario.
VIII
Creemos poder decir sin exageración que la obra de Luh-
mann se perfila como el trabajo teórico de mayor enverga-
dura que haya sido elaborado en la sociología del presente
siglo. Por otra parte, al incluir elementos de otras áreas del
saber, tales como la cibernética, la biología, la matemática,
etc., ha permitido por vez primera observar el fenómeno so-
cial desde la perspectiva de su creación en el acto mismo de
conocer, superando así la vieja dicotomía entre sujeto y ob-
jeto. En esta propuesta el sujeto es reemplazado por el ob-
servador y el objeto por lo observado, pero no se trata ya
más de un observador que —como una placa fotográfica—
limita su acción a la mera pasividad, al simple hecho de
dejarse impresionar por el objeto observado. El observador
reconoce en esta teoría una posición más activa, conoce me-
diante esquemas de distinción, que ha incorporado autorre-
ferencialmente y que le permiten establecer diferencias reci-
biendo, por tanto, noticias de diferencia. Observador y ob-
servado quedan, por consiguiente, integrados en el acto crea-
tivo del conocimiento, donde —sin embargo— permanece un
punto ciego inmanente a toda observación: los esquemas de
distinción utilizados por el observador. Estos esquemas de dis-
tinción pueden ser, a su vez, vistos por el observador de se-
gundo orden, aquel que observa a un observador observan-
do, pero —nuevamente— este observador de segundo orden
no puede ser testigo de sus propios esquemas de distinción.
No existe, por tanto, un super observador científico poseedor
de la verdad absoluta y de allí se desprende que la teoría de
sistemas de Niklas Luhmann tenga la pretensión de ser apli-
cable a cualquier fenómeno social, pero que no pueda pre-
tender la exclusividad ni reclamar para sí la posición única
de observador último, dueño de la verdad definitiva.
A continuación trataremos de presentar un breve esbozo
de algunos momentos de la evolución de la teoría, con el
objeto de mostrar que ésta, a pesar de haber ido introdu-
ciendo, a lo largo de los años, conceptos y terminologías de
fuentes no estrictamente ancladas en la tradición sociológi-
ca, ha consistido fundamentalmente en el desarrollo del pen-
IX
Sarniento que puede encontrarse bosquejado en forma pro-
gramática en los primeros ensayos de este autor, que datan
de comienzos de la década de los sesenta.
Hacia fines de la década del cincuenta, la sociología se
encontraba en una crisis paradigmática de importancia. Las
propuestas teóricas funcionalistas que habían caracterizado
el quehacer sociológico —en Estados Unidos y, desde allí, en
el resto del mundo— ya no parecían ser capaces de explicar
los nuevos sucesos que preocupaban a los observadores de
lo social. El American Dream llegaba a su término y las ju-
ventudes de los países desarrollados se rebelaban «sin cau-
sa» ante los modelos que pretendían imponerles las genera-
ciones mayores. La guerra fría amenazaba —como en la cri-
sis de los misiles— momento a momento con perder su
frialdad y desembocar en un tercer y más cruento enfrenta-
miento mundial. Los fenómenos sociales se demostraban
como extremadamente complejos, por lo que no parecía
posible pretender comprenderlos desde un enfoque globali-
zador.
Es así como el funcionalismo se ve criticado desde dos
ángulos: uno interno y otro externo. Desde el interior de la
perspectiva funcionalista acaso la crítica más fecunda, por
los seguidores que encontró, haya sido la elaborada por Ro-
bert K. Merton, quien ya en 1949 sostenía, contra Parsons,
que era ilusorio, dado el estado de avance del conocimiento
sociológico, pretender elaborar una gran teoría capaz de dar
cuenta del fenómeno social en todas sus manifestaciones. Se
trata de la conocida propuesta mertoniana de construir teo-
rías de rango medio, apropiadas para acumular conocimien-
to empíricamente validado en ámbitos específicos y reduci-
dos de lo social, antes de emprender la tarea más ambiciosa
de develar, por medio de una super teoría, la base misma
del fenómeno social en su totalidad. Desde el exterior de la
teoría funcionalista, la crítica tenía un tinte más ideológico.
Se afirmaba que este enfoque era incapaz de —e incluso
más, no lo deseaba— comprender el fenómeno del conflicto
social. El conflicto parecía evidente, tanto al nivel de las so-
X
ciedades nacionales que se enfrentaban entre sí aisladamen-
te o como bloques, como al nivel interno, en que huelgas
laborales y estudiantiles se esparcían por doquier. La violen-
cia de los jóvenes que con chaquetas de cuero negro y moto-
cicletas asolaban los barrios de las grandes ciudades era algo
que no podía mantenerse sin encontrar una explicación ade-
cuada y el funcionalismo no parecía ser capaz de ofrecerla.
Una primera propuesta trata de ser conciliadora buscando,
junto a Coser, las «funciones del conflicto social». Posterior-
mente, sin embargo, esto no parece suficiente y Ralf Dah-
rendorf plantea que se ha hecho necesario levantar una al-
ternativa teórica distinta —con supuestos centrales opues-
tos— al funcionalismo. Esta es la teoría del conflicto social
en que el conflicto deja de ser algo no tomado en cuenta o
considerado de manera marginal, para pasar a constituir el
núcleo central sobre el que se construye la sociedad. En
suma, los autores de la época, desanimados por la extrema
complejidad de una sociedad cada vez menos comprensible
y por el surgimiento de conflictos sociales de diversa índole,
niegan que la sociología esté en condiciones de abarcar el
tema en términos globales y que el funcionalismo sea una
posibilidad válida de explicación para una sociedad cuyas
contradicciones parecen evidentes.
En ese momento, Niklas Luhmann inicia su trabajo pro-
gramático de construcción teórica proponiéndose una tarea
sumamente ambiciosa y que, desde sus primeros esbozos,
provoca el desconcierto y la admiración de quienes se ven
expuestos a su lectura. Este asombro es por demás justifica-
do, si se considera que Luhmann retoma la crítica al funcio-
nalismo y a la teoría parsoniana, pero —como posteriormen-
te será habitual en él— desde una óptica totalmente diferen-
te a la que en ese momento constituye la tónica característi-
ca de los tiempos.
En efecto, la discusión que hace Luhmann del funciona-
lismo no sigue el camino hollado que consistía en demostrar
su inaplicabilidad como método de investigación de los pro-
blemas sociales. Por el contrario, su postura consiste en afir-
XI
mar que el más grave problema del funcionalismo y de sus
cultores en el ámbito de las ciencias sociales, ha sido la falta
de radicalidad con que se ha hecho uso del análisis funcio-
nal. No se trata, por consiguiente, de que el método fun-
cional sea inadecuado, sino que no ha sido utilizado en su
verdadera potencialidad. Para hacerlo, es necesario radicali-
zar —en lugar de olvidar— el método funcional, entendien-
do función en el sentido lógico-matemático del término, vale
decir, como un esquema lógico-regulador que permita com-
parar entre sí, como equivalentes funcionales, sucesos que
desde otra perspectiva serían absolutamente incomparables.
Además de esto es necesario despojar al análisis funcional
de sus referencias ontológicas, que lo subordinan innecesa-
riamente al análisis causal siendo que la causalidad es antes
bien un caso de análisis funcional y no a la inversa el fun-
cionalismo un caso particular de causalidad.
Por otra parte, Luhmann no critica a la teoría parsoniana
en su pretensión de constituirse en una gran teoría, como
era habitual en la época, sino que la objeta porque su inten-
to globalizador fracasa al enfrentarse al tema de la sociedad,
dado que ésta sería un sistema omniabarcador —el sistema
de los sistemas— y —al mismo tiempo— un sistema que
debería definirse por sus límites respecto a un entorno. Apa-
rentemente, la teoría parsoniana no logra dar el paso defini-
tivo del paradigma todo/partes al paradigma sistema/entor-
no, que había sido señalado por la teoría de sistemas abier-
tos de Ludwig von Bertalanffy. Además de esto, Parsons su-
bordina el concepto de función al de estructura, lo que lleva-
rá a una forma de construcción teórica que limita sus pro-
pias posibilidades de expansión explicativa debido a que se
encuentra obligada a preguntarse por las condiciones nece-
sarias para la mantención de un sistema dado sin siquiera
ser capaz de plantearse el tema de la función cumplida por
el sistema o por el surgimiento de éste.
A partir de esta crítica, Luhmann define su postura teóri-
ca como funcional-estructuralismo la que, a diferencia del es-
tructural-funcionalismo parsoniano, no considera que haya
XII
ciertas estructuras dadas que deban ser sostenidas por fun-
ciones requeridas, sino que es la función —que puede ser
cumplida por diversos equivalentes funcionales— la que an-
tecede a la estructura. Con esto es posible armar un entra-
mado teórico capaz de preguntarse incluso por la función de
la construcción de un sistema dado. Esta función —señala
Luhmann— consiste en la comprensión y reducción de la
complejidad. De esta manera, la teoría sociológica se ve en-
riquecida con una temática proveniente de la cibernética: la
complejidad, que en esta perspectiva no ha de ser vista
como un obstáculo ni una dificultad para la construcción de
un sistema, sino más bien como la condición misma que la
hace posible. Un sistema surge en un proceso de reducción
de complejidad; es menos complejo que su entorno y sus
límites respecto a él no son físicos, sino de sentido. El pro-
blema de la extrema complejidad del mundo, que había lle-
vado a que la sociología desistiera del intento de elaboración
de teorías universales pasa a ser, por consiguiente, precisa-
mente la condición que hace posible —y fructífero— este
intento.
Adicionalmente, esta teoría no se agota en la búsqueda
de explicación de lo dado, ni intenta dar por supuesto que lo
observado se encuentra allí por algún tipo de necesidad lógi-
ca u ontológica. Su interés se ubica precisamente en lo con-
tingente, en la pregunta por las otras posibilidades —que no
han sido actualizadas, pero que podrían haberlo sido— en
los equivalentes funcionales que podrían ofrecer soluciones
comparables a un mismo problema, en la improbabilidad de
la construcción sistémica y en las condiciones que hicieron
posible superar dicha improbabilidad para que un sistema
dado pudiera tener lugar. El tema del conflicto, por ejemplo,
que había sido descuidado en el funcionalismo de viejo cuño
y que había sido entronizado en la teoría del conflicto, pasa
a ser una posibilidad más, un equivalente funcional, para la
construcción —y aún para la mantención— de un cierto sis-
tema. Incluso en la cooperación —dice Luhmann— el con-
flicto se encuentra subyacente como mecanismo regulador
XIII
que permite establecer las condiciones sobre las cuales la
cooperación puede edificarse y mantenerse.
A comienzos de la década de los setenta se produce en el
mundo un interés creciente por utopías de diversa índole. El
año 1968 está marcado por los movimientos estudiantiles
que quieren hacer posible lo inalcanzable por las vías refor-
mistas internas al sistema establecido: «seamos realistas pi-
damos lo imposible» reza un conocido eslogan de los estu-
diantes franceses. Los Beatles cantan All you need is love y el
fenómeno hippie se extiende por las principales ciudades del
mundo desarrollado.
Este es el momento de la conocida polémica entre Luh-
mann y Habermas. La pregunta que resume esta confronta-
ción teórica es precisamente acerca de las posibilidades que
ofrece la moderna teoría de sistemas. ¿Será, como se sospe-
cha, una tecnología social o podrá elaborarse —a partir de
sus elementos— una teoría de la sociedad capaz de interpre-
tar convincentemente los nuevos fenómenos que exigen de la
sociología una mayor capacidad explicativa? Los movimien-
tos juveniles, sociales y políticos habían dado por superados
los planteamientos de la Escuela de Francfort. El mismo
Adorno sufre el repudio de estudiantes que consideran insa-
tisfactorias sus respuestas. El tema recurrente es el del senti-
do —que es visto como ausente— el mundo, o mejor dicho,
la sociedad parece no tener sentido y, de allí que el hippismo
—por ejemplo— trate de encontrar una forma nueva, alter-
nativa, de otorgar sentido al quehacer social, apartándose de
los cauces de la sociedad vigente.
Luhmann, manteniéndose coherentemente en su progra-
ma de investigación, continúa desarrollando un marco con-
ceptual alejado de las modas pasajeras, pero ofreciendo res-
puestas inesperadas a los problemas conyunturales. La so-
ciedad mundial es para él un hecho indesmentible, el senti-
do es intersubjetivo, pero no presupone al sujeto y, además,
es una categoría innegable: el sin sentido no existe. La teoría
de sistemas debe desarrollarse paralelamente a una teoría de
la evolución, para que se haga posible llegar a la elaboración
XIV
de una superteoría capacitada de explicar no sólo la socie-
dad moderna globalizada, sino también las sociedades arcai-
cas y los diferentes momentos de su desarrollo. Adicional-
mente a esto, la teoría de los sistemas sociales debe com-
prender los diferentes tipos de sistemas —la interacción, las
organizaciones y la sociedad— así como las condiciones dis-
tintivas que les permiten surgir, en forma semejante a la au-
tocatálisis, a partir de la complejidad que han de reducir. A
diferencia con otras propuestas teóricas, no se ofrece en ésta
una utopía, una sociedad modelística ideal a la que se haya
de llegar a través de la negación y la superación de las con-
diciones que caracterizan a la sociedad del momento. La
teoría luhmanniana presenta, en cambio, un poderoso ins-
trumental analítico que permite comprender el funciona-
miento de la sociedad, sus subsistemas, las organizaciones y
las interacciones que tienen lugar en ella. Los mecanismos
de reducción de la complejidad, los códigos propios de los
diferentes subsistemas, los esquemas binarios de regulación
de las relaciones al interior de cada subsistema y de los in-
tercambios entre ellos, son escudriñados rigurosamente y en
detalle, de tal manera que con la ayuda de este aparataje
conceptual, se perfila gradualmente una visión extremada-
mente adecuada de las características de la sociedad moder-
na y los procesos que se suceden en sus diferentes niveles.
Se trata de una perspectiva aguda, teñida por un ligero es-
cepticismo frente a los fanatismos y las soluciones fáciles, en
que la ironía contribuye paso a paso a matizar el descarnado
análisis de los diversos aspectos del fenómeno social que son
puestos bajo su óptica.
Los años ochenta aparecen marcados por una gran des-
esperanza en el mundo. Las utopías no logran ya aglutinar
en torno suyo a las multitudes, ni tampoco a los grupos más
reducidos de autores que piensan en torno a lo social. El
fenómeno hippie, por ejemplo, en lugar de demostrar ser
una alternativa viable de creación de una sociedad al mar-
gen de la sociedad, construida sobre la base del amor y la
libertad, ha pasado a ser absorbido por la sociedad de con-
XV
sumo; ha sido una moda y, como tal, pasajera. Los jóvenes
contestatarios del 68 se han transformado en ejecutivos efi-
cientes, en políticos establecidos o en hombres maduros reti-
rados de la vida pública. Hay una ola de pesimismo que
invade las diversas esferas. La guerra de Vietnam concluye,
dejando un saldo de muertes y pérdidas y sin que pueda
nadie reclamar para sí la victoria, ni la consecución de ideal
alguno. El pesimismo es la nota característica de una juven-
tud que no encuentra en el futuro opciones convincentes que
le permitan orientar sus acciones presentes. Se habla de fin
de las ideologías y la palabra más recurrente en los debates
y titulares de periódicos y revistas es crisis. Se vive una ola
de nostalgia en que se trata de reencontrar en el pasado in-
mediato —los años setenta y sesenta— o mediato —los años
cincuenta y cuarenta— las alternativas que el tiempo ha bo-
rrado. Se escucha música antigua, se reestrenan películas ya
largamente olvidadas, se rescata de los viejos roperos la
moda que en otra época fue actual y las piezas de los adoles-
centes se decoran con fotografías de personajes —del cine o
la vida cotidiana— que hace ya largo tiempo que han dejado
de constituir noticia.
En esta época, que tan pocas oportunidades parece ofre-
cer, Luhmann pone una nota de optimismo que —no podía
ser de otro modo— sin embargo mantiene un toque de iro-
nía escéptica. Incorpora en la década de los ochenta los con-
ceptos de autopoiesis, acoplamiento estructural, determinis-
mo estructural, etc., con los que su pensamiento puede ex-
presarse de manera más precisa, sin que para esto tenga que
hacer concesiones de ninguna especie. En efecto, como vere-
mos en los trabajos que se presentan en este volumen, la
obra de Niklas Luhmann ha evolucionado desarrollando
consistentemente el programa de trabajo propuesto a co-
mienzos de los años sesenta. Si se lee —haciendo uso de
conceptos tales como el de autopoiesis— artículos anteriores
a la fecha en que el propio Luhmann aplica dicho concepto,
el lector podrá descubrir que no se altera en nada el sentido
de lo expuesto por el autor. En otras palabras, la introduc-
XVI
ción de conceptos nuevos no lleva a que Luhmann modifi-
que sustancialmente su pensamiento (por lo que no sería
adecuado hablar de su obra temprana en comparación con
su obra de madurez), sino que simplemente le permite decir
con conceptos más afines, de mayor precisión y fundados
empíricamente, lo mismo que venía afirmando desde antes.
La antigua preocupación luhmanniana por el tema de la au-
torreferencia y la autoorganización puede —en el concepto
biológico de autopoiesis— encontrar una expresión mucho
más acabada, que le permitirá referirse a los sistemas socia-
les y psíquicos como poseyendo la característica de generar
los propios elementos que, los componen. Comienza a plas-
marse, en esta fértil década de la reflexión luhmanniana, la
concreción de su proyecto teórico: en 1984 publica Sistemas
sociales y a fines de los años ochenta tiene ya bastante avan-
zada su Teoría de la sociedad.
La discusión en torno a la teoría de Luhmann trasciende
los límites de la lengua alemana. Múltiples traducciones se
suceden en un lapso relativamente corto. Se hace accesible
así a la sociología mundial una propuesta teórica cuyas am-
biciones universalistas —en el sentido señalado anteriormen-
te— van siendo justificadas al ampliar el propio autor sus
esquemas interpretativos a diversos ámbitos del quehacer
social. Tanto los subsistemas societales —la Educación, la
Religión, la Economía, la Ciencia, la Familia, el Derecho,
etc.— como las preocupaciones que afectan a la sociedad
moderna —la ecología, las autoobservaciones de la socie-
dad moderna que tratan de comprenderla como «post-mo-
derna», los efectos de una comunicación globalizada, etc.—
son abordados por Luhmann con sistematicidad, profundi-
dad e ironía. Más de cuarenta libros evidencian la potencia-
lidad del proyecto iniciado en los años sesenta. La crítica,
por su parte, cambia sus perspectivas siguiendo los vaivenes
coyunturales de una modernidad que en su evolución pre-
senta aristas que no habían podido ser anticipadas por la
sociología de cuño tradicional. La incomprensión del trabajo
de Luhmann trata de superarse mediante intentos de encasi-
XVII
liarlo en los parámetros habituales característicos de la tra-
dición sociológica o, incluso, de las ideologías que van que-
dando obsoletas por los cambios experimentados por la pro-
pia sociedad. Así, resulta curioso encontrar que antiguos de-
tractores se transforman en nuevos seguidores, aunque in-
tenten mantener una cierta distancia con un pensamiento
que, todavía, les parece poco ortodoxo.
Luhmann, por su parte, reacciona con modestia, pero
con firmeza frente a la crítica y la alabanza. Su opinión es
que el pensamiento sociológico contemporáneo ha quedado
entrampado en un camino sin salida. La revisión, repetida
hasta el cansancio, de la obra de los clásicos constituye una
aporía de la cual no pueden surgir propuestas teóricas capa-
ces de comprender los fenómenos sociales resultantes de la
evolución de un siglo. Los clásicos de la sociología han ci-
mentado las bases de la disciplina y eso no hay quien lo
dude, pero la única forma de poder construir sobre esa base
consiste en atreverse a romper con la continuidad del pensa-
miento clásico cuando éste ya no resulta fructífero para el
análisis de fenómenos que no pudieron ser avisorados en el
momento en que los padres de la sociología —y sus antece-
dentes en la filosofía viejo europea— reflexionaron sobre la
sociedad de su época. El sendero que se abre ha de ser, por
lo tanto, de continuidad y ruptura: continuidad para estable-
cer las vinculaciones necesarias con las preguntas que han
ocupado la atención de la sociología y la han caracterizado
como disciplina, pero —al mismo tiempo— ruptura, para
desembarazarse sin sentimientos de culpa de las respuestas
ofrecidas por los primeros sociólogos y que ya no son ade-
cuadas para la comprensión cabal de una sociedad cuya
complejidad requiere de respuestas acordes a ella. Como
ejemplo de esto, podríamos señalar su decidida separación
—que ningún otro sociólogo ha osado— de la teoría de la
acción, reemplazándola por una teoría de la comunicación.
En efecto, si se sigue a Parsons, el pensamiento social —pre-
vio a la creación de la sociología como ciencia social autó-
noma y posterior a ella— ha quedado caracterizado por el
XVIII
estudio de la acción social como el elemento fundante de
todo lo social. El propio Parsons se inscribe en esta línea de
trabajo y su aporte —como el mismo Parsons lo indica—
consistirá en dar un paso adelante al tratar de proponer una
teoría de la acción que haga compatibles las diversas con-
ceptualizaciones acuñadas para comprender la acción social,
superando así la versión utilitarista de la acción que había
concluido en el paso anterior: en el trabajo de Spencer.
Pero Parsons, indica Luhmann, ya se ha transformado en
un clásico, de tal manera que los sociólogos actuales, ante la
evidente incapacidad de elaborar propuestas teóricas nuevas,
vuelven su mirada también a la obra de este tan discutido
sociólogo del siglo XX, tratando de encontrar en él —a través
de trabajos exegéticos— pistas que les permitan comprender
los sucesos de la modernidad y sin caer en el «anything
goes» propuesto por quienes creen haber encontrado el sen-
tido en el sin sentido. Al relativismo extremo para el que no
existe verdad alguna, ni —tampoco— posibilidad alguna de
acuerdo, como no sea la de la mutua tolerancia en el caos,
en el «tarro de basura», sin orden aparente, se opone un
consenso racionalmente fundado, en que poca cabida hay
para el disenso el que —ya lo señalaba Durkheim— puede
ser mucho más condenable, por su irracionalidad. Luhmann
estima que la teoría de la acción ya ha cumplido su ciclo y
que debe ser reemplazada decididamente por una teoría de
la comunicación (y no tímidamente complementada por una
teoría de la acción «comunicativa»), si se quiere avanzar en
la elaboración de conceptos capaces de dar cuenta efectiva-
mente de las características de la sociedad moderna.
Los años noventa ofrecen un mundo enteramente cam-
biado. La década anterior, caracterizada por la desesperan-
za y la nostalgia, por la búsqueda del sentido perdido, culmi-
na sorprendentemente con una serie de sucesos inesperados
—tales como el derrumbe de los países europeo orientales y
la caída del muro de Berlín—, lo que deja prácticamente sin
referentes a parte importante de las elaboraciones teóricas
más populares. Lo más admirable, sin embargo, es la inca-
XIX
pacidad demostrada por la teoría sociológica para vislum-
brar los fenómenos que estaban ocurriendo ante sus propios
ojos: la autonomización de los subsistemas, la globalización
de los procesos sociales, la pérdida de prioridad de un sub-
sistema sobre los otros, etc., eran síntomas más que claros
para poder contemplar sin extrañeza un cambio que no con-
sistía en más que en la concreción práctica de un proceso
que se venía anunciando. En efecto, la economía y la políti-
ca se autonomizan y ya no se puede continuar pensando en
dirigir una desde la otra; los procesos sociales tienen una
incidencia que va más allá de las fronteras nacionales, de tal
modo que la sola pretensión de mantener aislado artificial-
mente un sector de la sociedad mundial es —por decir lo
menos— ingenuo y sin perspectivas; las comunicaciones tras-
cienden todos los límites y cualquiera —en cualquier lugar
del mundo— puede asistir como espectador, que acaso qui-
siera ser actor, al espectáculo de las profundas transforma-
ciones que han caracterizado la segunda mitad de este siglo.
Los años noventa comienzan con una ola de entusiasmo.
La falta de perspectivas que parecía caracterizar los años
ochenta se ve deslumbrada por la amplitud del espectro de
posibilidades que engañosamente ofrece el advenimiento de
la nueva década. Pronto, sin embargo, comienza a hacerse
visible la otra cara de la medalla y al entusiasmo inicial, a
los abrazos fraternos que unen a quienes por espacio de lar-
gos años habían estado separados ideológica y físicamente
por un muro, se sigue una secuela de problemas e intereses
contrapuestos que hacen poner en duda la alegría y la con-
fianza en el consenso y la solidaridad mundial. Resurgen,
con una fuerza inusitada, los regionalismos y reivindicacio-
nes culturales que largamente acalladas cobran nueva fuerza
y presencia mundial.
En este momento, Luhmann ofrece una versión anticipa-
da de lo que ha de ser su teoría de la sociedad. Se publica
en italiano en 1992 y es traducida inmediatamente, en 1993,
al castellano, gracias al empuje y la iniciativa del Dr. Torres
Nafarrate, que concita el apoyo de las Universidades Iberoa-
XX
mericana, de Guadalajara y del Instituto Tecnológico y de
Estudios de Occidente. La Teoría de la sociedad no sólo
muestra las características de la sociedad moderna, como
una sociedad funcionalmente diferenciada, sino que abre
—desde la comunicación— vías para entender las posibilida-
des y dificultades de una comunicación que no es dada por
evidente, sino como altamente improbable. Toda comunica-
ción tiene lugar en la sociedad y la reproduce, pero esto no
implica una comunicación a-problemática, ideal, razonable
y consensual, sino precisamente una comunicación que pue-
de ser conflictiva, irracional y conducir al disenso, aunque
en todos estos casos contribuya a la mantención de la auto-
poiesis de un sistema societal complejo que da cabida al
conflicto y a la incomprensión y que, a pesar de esto, conti-
núa reproduciéndose como un sistema que autogenera sus
propios elementos constituyentes.
No escapa a la mirada de Luhmann, la situación vivida
por amplios sectores de la población mundial que —en lugar
de lo afirmado por el concepto de inclusión de Parsons, en
el sentido de tener acceso, por la vía de los roles comple-
mentarios, a todos los subsistemas de la sociedad (no todos
pueden ser médicos, pero todos pueden ser pacientes; no to-
dos pueden ser profesores, pero todos pueden tener acceso a
la enseñanza; no todos pueden ser vendedores, pero todos
pueden ser compradores)— se ven excluidos de las diferen-
tes alternativas que los sistemas funcionales ofrecen: no
cuentan con educación, ni con servicios de salud e —inclu-
so— no cuentan con existencia legal, dado que ni siquiera
tienen la cédula de identidad que los acredita como ciudada-
nos. Este es el tema complementario al de la inclusión; es el
fenómeno de la exclusión y no se trata en él simplemente de
una marginación, de una falta de integración. Estos grupos
pueden estar —y lo están— fuertemente integrados, pero re-
sultan invisibles para los subsistemas funcionales porque no
cuentan con las condiciones mínimas para ser considerados.
Este es el tema que ocupa hoy por hoy el pensamiento de
Niklas Luhmann, con lo que intenta comprender aspectos de
XXI
la sociedad mundial que en lugares de India, o en las favelas
y villas miseria de países subdesarrollados, permanecen jun-
to al desarrollo, riqueza y crecimiento acelerado de la econo-
mía. Como se puede ver, el esquema arquitectónico de la
teoría sigue siendo el mismo: una mirada que conoce a par-
tir de la diferencia, que contempla las otras posibilidades, la
contingencia de lo social y que descubre que siempre en lu-
gar de estar en el mejor de los mundos posibles, nos encon-
tramos en un mundo pleno de mejores posibilidades.
En su trabajo sobre el PODER, cuya versión original ale-
mana es de 1975, continúa Luhmann su preocupación por
los medios de comunicación simbólicamente generalizados.
A través del estudio del poder pretende, por consiguiente, no
sólo clarificar el concepto de poder mismo, sino además
compararlo con otros medios.
En este libro, Luhmann señala con nitidez la opción teóri-
ca que caracteriza toda su obra: los sistemas sociales se cons-
truyen a partir de la comunicación y ésta sólo tiene lugar
cuando la selectividad de una notificación es entendida y
puede ser utilizada para la selección de un estado propio del
sistema. Todos los sistemas sociales son conflictos potencia-
les y sólo varía la medida de la actualización de este poten-
cial de conflicto, con el grado de diferenciación sistémica y
con la evolución societal. Los medios de comunicación pue-
den constituirse cuando la forma de selección de Alter al mis-
mo tiempo sirve como estructura motivacional de Ego. Esto
implica que la selección de Alter debe diferenciarse de la de
Ego, dado que ambas plantean —en el caso del poder— pro-
blemas diferentes. Alter dispone de más de una alternativa y,
por lo tanto, puede, en relación a su elección, generar y eli-
minar inseguridad en Ego. Desde el punto de vista de Ego,
que está subordinado al poder de Alter, el poder supone la
capacidad de disposición de otras alternativas de acción. El
poder de Alter será mayor, en la medida que pueda imponer-
se frente a alternativas atractivas de acción —o inacción—
por parte de Ego, de tal manera que sólo puede crecer en
conjunto con el aumento de la libertad del subordinado.
XXII
De esta forma, Luhmann estima que es necesario distin-
guir el poder de la obligación, de la coerción, de la violencia,
que lleva a actuar de una manera determinada y concreta.
En el caso límite, la coerción conduce a la violencia física y,
con ella, a la sustitución de la acción deseada y no consegui-
da del otro por la acción violenta propia y no querida. Así, el
ejercicio de la violencia demuestra incapacidad de poder.
La función de un medio de comunicación simbólicamen-
te generalizado consiste en la transmisión de complejidad
reducida. Así, basta con entender al poder —como a cual-
quier otro medio de comunicación simbólicamente generali-
zado— en términos de limitación del ámbito de selección del
otro. La causalidad del poder se basa en la neutralización de
la voluntad del otro y no necesariamente en doblegar la vo-
luntad de éste.
Al tratarse de un medio de comunicación simbólicamen-
te generalizado, el poder no es concebible como una propie-
dad o capacidad de uno solo de los involucrados en la rela-
ción. Antes bien, el poder ha de ser entendido como una
comunicación dirigida por un código. Como consecuencia
de esto, la función del poder no queda adecuadamente des-
crita si se piensa que consiste simplemente en movilizar al
subordinado a aceptar las órdenes del superior. También el
poderoso debe movilizarse para ejercer su poder y en esto
radica, a menudo, la mayor dificultad. El subordinado ha de
estar capacitado para elegir su propio comportamiento y,
por lo tanto, ha de poseer la posibilidad de autodetermina-
ción; sólo por esta razón se le aplican medios de poder, tales
como las amenazas, con el objeto de dirigirlo en esta elec-
ción propia. De este modo, cuando se postula un poder ab-
soluto, se trata de un poder escaso y limitado, porque en él
no hay situaciones de elección de Ego en las que Alter pueda
influir. Esta definición de poder se aparta bastante de las
conceptualizaciones habituales en sociología y recuerda, en
cambio, a Saint Exupery (no se puede ordenar a alguien
algo que no le sea posible realizar) y a Maturana, cuando
plantea que el poder implica una concesión del sometido.
XXIII
El poder recurre a una alternativa de evitación, lo que
quiere decir, que en la notificación comunicativa, el podero-
so amenaza con recurrir —en caso que sea necesario— a
una alternativa desagradable, que preferiría evitar, pero que
está dispuesto a utilizar en el caso que su comunicación sea
rechazada por el subordinado. Ejemplos de este tipo de al-
ternativas de evitación son: la violencia física, el despido, un
castigo, etc. El supuesto subyacente es que el subordinado
teme que esta amenaza se concrete. En otras palabras, el
poderoso espera que el sometido desee —aún más que él—
evitar llegar al caso de utilización de la alternativa de evita-
ción. Sólo así puede funcionar efectivamente el poder dado
que —en caso contrario— el superior puede verse obligado
a actuar haciendo uso de la alternativa de evitación: de la
violencia física, del despido, del castigo, y sin conseguir la
obediencia requerida, con lo que queda en claro su falta de
poder.
En el sistema organizacional, Luhmann distingue dos ti-
pos de poder que se basan en la capacidad de disposición
sobre la contingencia, en relación con roles deseados. Estos
tipos son el poder organizacional, referido a la pertenencia
misma a la organización. El hecho que la organización pue-
da condicionar la pertenencia y pueda despedir a quienes no
cumplan con lo exigido, constituye el elemento central del
poder organizacional. El poder personal, por su parte, tiene
que ver con las posibilidades ofrecidas por la organización
para hacer carrera en ella, es decir, de obtener puestos mejo-
res dentro de ella.
También los subordinados pueden disponer de poder, lo
que no ocurre necesariamente —como podría suponerse
desde el viejo concepto del poder como una suma constan-
te— a costas del poder de los superiores. Sin embargo, en
las organizaciones pueden diferenciarse las fuentes de poder,
pero no los temas en que el poder se encuentra en juego. De
esta manera, cualesquiera que sean las fuentes de poder en
que se basan superiores y subordinados, ambos deben refe-
rirse a un ámbito relativamente reducido. Por otra parte, se-
XXIV
ñala Luhmann, es equivocado el confundir niveles de cons-
trucción sistémica, como lo ha hecho la Escuela de Relacio-
nes Humanas. El poder que ocurre en una organización tie-
ne lugar en un sistema cuyos criterios de constitución son
diversos a los que orientan la autoselección de un sistema
interaccional. Así, puede conducir a errores conceptuales y
prácticos de importancia el pretender mezclar en el análisis
del poder, sus fuentes y sus temas, que se plantea en el deve-
nir organizacional, con el poder generado en las interaccio-
nes entre individuos, razón por la cual es conveniente tener
presentes las diferencias entre Interacción y Organización,
para evitar que la confusión de niveles conduzca a conclu-
siones también erradas y confusas respecto al poder y sus
resultados.
Para concluir esta nota, sólo nos queda indicar, como lo
hemos venido reiterando en las páginas que anteceden, que
la obra global de Luhmann —que abarca ya más de cuaren-
ta libros y más de doscientos cincuenta ensayos— manifiesta
la continuidad de un pensamiento que, a partir de la simple
constatación de la complejidad del mundo y de su necesaria
reducción significativa por los sistemas sociales y psíquicos,
va descubriendo aspectos inesperados en diversas manifesta-
ciones de lo social.
El poder, por su parte, es un importante medio de comu-
nicación simbólicamente generalizado que también se rela-
ciona con la complejidad: transmite complejidad reducida.
Es el medio de comunicación propio del susbsistema políti-
co y, en el caso de las organizaciones, formula condiciones
específicas de aplicación.
Desde sus comienzos, Luhmann ha estado interesado en
desarrollar diversas líneas de investigación que puedan con-
fluir finalmente en una teoría que sea lo suficientemente
compleja como para comprender la sociedad mundial y los
distintos tipos de sistemas que ocurren en su seno.
Una de estas líneas de trabajo, lo ha ocupado con el tema
de la formación de sistemas sociales, su constitución y los
mecanismos característicos que orientan su autoselección en
XXV