Un principio básico de la economía es no endeudarse más allá de lo que uno puede pagar. Incluso cuando el Gobierno promueve el mercado de bienes raíces, con el loable objetivo de brindar vivienda a segmentos desfavorecidos, para adquirir un techo hay que demostrar capacidad de pago.
El principio de solvencia se aplica al ciudadano y nación por igual. Según la agencia de calificación de riesgos Moody´s, Bolivia recibe una evaluación crediticia de Ba3, mientras que S&P y Fitch le dan BB, una evaluación algo más positiva. Es decir, en ojos de algunas agencias nuestra capacidad de repago es buena, pero "cuestionable”.
Otros organismos internacionales no opinan igual. Según estos organismos, Bolivia tiene un amplio margen para endeudarse. Su análisis toma en cuenta la relación deuda externa/PIB, que según datos oficiales es todavía baja. Pero si para medir (evaluar) la capacidad de endeudamiento de un ciudadano es suficiente su contrato laboral y antecedentes bancarios, calcular la capacidad de endeudamiento de una nación resulta ser un ejercicio algo más abstracto y – hasta cierto punto – discrecional.
En este sentido, el Gobierno utiliza el PIB nominal (valor de la producción) en su metodología, lo cual resulta en un optimismo blindado. En realidad, el PIB nominal no mide los cambios de la riqueza efectiva (real) en el tiempo. Lo que mide es el efecto de los precios sobre ingresos, los cuales evidente y temporalmente crecieron una enormidad.
Por ende, confundir el PIB nominal con el PIB real es un truco contable. Para que el PIB real (cantidad producida) se hubiese triplicado, la economía hubiera tenido que crecer entre 2006 y 2014 a una tasa promedio anual de 13%. Sin embargo, el propio INE indica que en este período el crecimiento (PIB Real) ha sido de 5.1%.
Para establecer con mayor seriedad nuestra capacidad de endeudamiento, deberíamos establecer el PIB real del 2014 en 15.600 millones de dólares, no así los 33.000 millones de dólares que sostienen incluso algunos organismos internacionales, donde no sabemos si abundan buenos economistas, o economistas entregados a una causa (algo que se acusa, por ejemplo, a economistas del FMI).
El coeficiente deuda externa/PIB que tranquiliza al Gobierno es del 40% (13.136/33.000 MDD), que incluye la deuda a China. Pero si en realidad la relación deuda externa/PIB fuese del orden del 84 % (13.136/15.600 MDD), entonces Bolivia habría sobrepasado el nivel recomendado. Si incluimos la deuda interna a 2014, que llegó a un equivalente de 4.154 millones de dólares, el coeficiente subiría a 111% (17.390/15.600 MDD), elevando los niveles de preocupación entre algunos economistas (no todos).
"El crédito comercial externo es un instrumento aguzado y de dos filos; utilizado con prudencia es un aporte para el esfuerzo de desarrollo, pero su uso indiscriminado puede constituir una forma de ocultar las debilidades de la política interna, lo que a su vez puede culminar en una crisis económica” (E/CEPAL/R.330. 15 de nov. 1982).
En ese sentido, el crédito chino tendrá incidencia sobre la economía. Es posible que los intereses sean reajustables en el tiempo. Tampoco hay garantía que ese capital sea productivo y que la nación obtenga un retorno. Ya una vez despilfarramos la deuda externa (1971-1979); años de bonanza que llevaron a la nación de la risa al llanto. La factura no fue para Banzer, la factura del derroche fue para el pueblo boliviano.
Endeudarse no es malo. Endeudarse es parte de poner en práctica políticas de desarrollo. El problema surge cuando el dinero prestado sirve para seguir la fiesta, con caminos que en vez de mover productos bolivianos, facilitan mover campañas y contrabando. Los inversionistas en Nueva York evalúan el apostar en la industria boliviana. Ellos arriesgan su dinero. Los políticos, en contraste, a veces juegan a la política con dinero ajeno.
Flavio Machicado Saravia es miembro de Número de la Academia Boliviana de Ciencias Económicas.