Todo
gran enemigo de Estados Unidos quisiera llevar la guerra al territorio
norteamericano. Es la única manera de vulnerar su fortaleza, que es la inmensa
producción de riqueza. La guerra
ahuyenta la economía, el capital es cobarde. Por ello, Estados Unidos desarrolló la “estrategia de contención”, que ha sido
trasladar la guerra lejos de sus fronteras.
En las últimas
décadas, China se ha mostrado como jugador económico y esta fisonomía no
alerta, sino encanta a Estados Unidos, aunque ocupe América Latina en finanzas,
minería, petróleo, puertos y aeropuertos, y demás. Paralelamente, Cuba acopia
países en su lista de gobiernos fantoches o asociados, y allí empuja los
negocios chinos. Ahora desestabiliza a los económicamente más fuertes, los del
Pacífico: Chile, Perú, Colombia y México. Andrés López Obrador aparece en las
encuestas como un posible ganador de las elecciones del 2018; ergo, Estados
Unidos tendría frontera —además de patio trasero— con gobiernos apañados
políticamente por Cuba y económicamente por China. El gran sueño estratégico
(ojo: el yihadismo es amenaza táctica) de poder llevar la guerra, guerra
asimétrica, a territorio norteamericano será finalmente posible: movimientos sociales
con consignas apreciadas por la sensibilidad norteamericana, migraciones
masivas y guerrilla. El castrismo tiene esta experiencia. Produjo guerrilla por
décadas, ocupó Angola por 16 años, desplazó 150,000 exiliados que colapsaron la
Florida, infiltra agentes y políticas en el mundo desde 1959, digita los
movimientos ecologistas antimineros del continente y ya está legitimado dentro
de Estados Unidos. Si no se está
edificando la capacidad estratégica de herir a Estados Unidos en el corazón,
entonces es una teatralización muy parecida.