Prólogo a la edición española por IVÁN CARRINO[1]
Como lo hiciera Carl Menger a finales del siglo XIX, Ludwig von Mises —tiempo después de haber conseguido su puesto como professor extraordinarius en la Universidad de Viena— comenzó a ocuparse de cuestiones relacionadas con la metodología y la epistemología de la economía. Friedrich Hayek, de hecho, cuenta que en su Privat-Seminar[2], a donde asistían personajes como Oskar Morgenstern, Fritz Machlup o el sociólogo Alfred Schütz, las discusiones «a menudo versaban sobre los problemas del método en las ciencias sociales, pero raramente sobre problemas específicos de la teoría económica»[3].
En este sentido, Mises no solo continuaría la batalla emprendida por Menger contra el historicismo y la supuesta imposibilidad de establecer leyes económicas universales, sino que también se enfrentaría a la corriente dominante en la filosofía de la ciencia de la época: el positivismo lógico.
Precisamente en 1924 Moritz Schlick organiza un círculo de debate, posteriormente conocido como «Círculo de Viena», sobre epistemología, filosofía y el método científico. El tema central era el criterio de demarcación, qué podía ser considerado ciencia. Para el positivismo lógico, solo eran ciencias aquellas disciplinas que emplearan el método hipotético-deductivo siempre y cuando sus enunciados pudieran verificarse mediante comprobación empírica — de aquí que también Mises lo llame empirismo—. Todo lo demás, sostenían, carecía de sentido y pertenecía a la vaga literatura metafísica.
Tal vez el hecho de que su propio hermano fuera miembro de este círculo influyó en Mises para que él pasara a ocuparse personalmente de estos temas. Es que si lo que el positivismo lógico decía era cierto, poco quedaba a la economía como Mises la concebía. La economía consistiría en meras tautologías que nada dirían acerca del mundo real. Sería una «mera gimnasia mental»[4]. Los métodos de las ciencias sociales no podían ajustarse a los de la física.
Sin embargo ¿era ese motivo suficiente para quitarle la certeza apodíctica a sus conclusiones?
En Los fundamentos últimos de la ciencia económica, Mises
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explica que la crítica del positivismo es errada porque confunde el apriorismo de la matemática y la geometría con el de las ciencias de la acción humana (la praxeología): «El conocimiento a priori de la praxeología difiere totalmente —es categorialmente distinto— del conocimiento a priori de la matemática o, más concretamente, del conocimiento matemático a priori tal como es interpretado por el positivismo lógico. El punto de partida de todo pensamiento praxeológico no consiste en axiomas arbitrariamente seleccionados, sino en proposiciones evidentes en ellas mismas, plena, clara y necesariamente presentes en la mente humana»[5].
De esta proposición fundamental, de esta «verdad autoevidente», se desprende su concepción del método de la economía como método axiomático-deductivo a priori. A priori de la experiencia sabemos que el hombre actúa para alcanzar los fines que desea. Luego, si a partir de este axioma fundamental hacemos las deducciones lógicas correspondientes, nuestras conclusiones respecto del comportamiento del ser humano en el mercado, es decir, nuestros teoremas económicos, tendrán la solidez de una verdad autoevidente también. Al mismo tiempo, y al contrario de lo que los postulados positivistas sugerían, la revisión de una teoría se limitaría al análisis de la cadena de razonamientos lógicos. No se necesita ningún tipo de comprobación empírica.
Uno de los que más profundizó en esta metodología apriorista y la llevó a su versión «extrema» fue Murray Rothbard, quien argumenta que ser praxeólogo implica creer que «a) los axiomas fundamentales y las premisas de la economía son absolutamente ciertos, b) que los teoremas y conclusiones deducidos de estos postulados mediante las leyes de la lógica son, en consecuencia, absolutamente ciertos, c) que por ende no hay necesidad de realizar un “test” empírico ni de las premisas ni de las conclusiones, y que d) los teoremas deducidos no podrían ser sometidos a un test, aunque eso fuera deseable»[6].
Quizás sea esta interpretación de Mises lo que llevó a Mark Blaug a escribir que las ideas de este (y por carácter transitivo la de todos los que él llama austriacos modernos) respecto de la epistemología de la economía son idiosincráticas y dogmáticas[7].
Sin embargo, dentro de la misma Escuela austríaca, Fritz Machlup respondería a las críticas del positivismo sin apoyarse en un extremo apriorismo, sino argumentando que ciertos elementos de las teorías —aun para el mismo Mises— sí están abiertos a una
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comprobación empírica más allá de lo «provocativas que resulten sus afirmaciones».
Para Machlup, «el error en la posición antiteórica empirista se encuentra en su incapacidad de ver la diferencia entre hipótesis fundamentales (heurísticas), las cuales no pueden ser sometidas a un test independientemente, y los supuestos específicos (fácticos), los cuales se supone que deben corresponder con los hechos o condiciones observadas»[8],[9].
Otra de las cosas que menciona Mark Blaug sobre la metodología de los austriacos modernos es que sus «ingredientes esenciales» son la insistencia en el individualismo metodológico; una gran sospecha respecto de los agregado macroeconómicos; el rechazo de todo tipo de economía matemática y econométrica y, por último, la creencia de que lo esencial en economía es el estudio del mercado como proceso y no la hipotética situación del estado de equilibrio.
Lo cierto es que, a excepción de este último punto, que Mises desarrolla en La acción humana[10], todos los demás se encuentran detalladamente analizados en esta obra. En relación al individualismo metodológico, Mises advierte en el capítulo 5 sobre los peligros de la hipóstasis y nos recuerda que «solamente los individuos actúan»[11]. Al mismo tiempo debemos comprender que esto no implica negar la existencia de colectivos, pero sí es un llamamiento a que el estudio de estos fenómenos se haga siempre desde el punto de vista de su elemento fundamental, es decir, el individuo.
De aquí que Mises proceda a criticar el enfoque macroeconómico y la pretensión de explicar la acción humana en función de ciertas macromagnitudes que actúen unas sobre otras. El mismo principio es compartido por Hayek, que en Precios y producción descubre que la dificultad de comprender los fenómenos monetarios se debe principalmente a la no utilización de una metodología individualista y al empleo de magnitudes que, como tales, nunca ejercen «una influencia sobre las decisiones de los individuos»[12].
Por otra parte y en relación con la medición cuantitativa, también se explica en Los fundamentos últimos… que las estadísticas son meramente «uno de los recursos de la investigación histórica». Para Mises, el mundo de la acción humana y el de las ciencias naturales son distintos, ya que en el primero no hay constancia ni regularidad en la concatenación de eventos, por lo que las matemáticas, la estadística o la econometría, por más precisas y
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exactas que parezcan, jamás pueden servir para predecir los acontecimientos futuros.
Es decir que, en palabras de Huerta de Soto, la acción humana se enfrenta a una «incertidumbre inerradicable» que no puede ser asimilada a las situaciones de «riesgo asegurable» de las ciencias naturales y, por ende, un evento inesperado puede demoler en un instante todas nuestras predicciones[13].
Para ir concluyendo, uno podría preguntarse por qué un economista de la talla de von Mises no se dedicó «solo» a la economía, donde hasta Blaug le reconoce sus notables aportaciones. Tal vez él sea el más indicado para proveernos de una respuesta: «Con cada problema, el economista se enfrenta a las preguntas básicas: ¿De dónde vienen estos principios? ¿Cuál es su significado y cómo se relacionan con la experiencia y la “realidad”? Estos no son problemas de método y ni siquiera de las técnicas de investigación; son en sí mismos los interrogantes fundamentales. ¿Puede uno construir un sistema de deducción sin haberse hecho las preguntas sobre las cuales ese sistema debe basarse?»[14].
El ensayo que el lector tiene en sus manos constituye el último intento de Ludwig von Mises de dar respuesta a esas preguntas fundamentales. Cada una de estas respuestas, además, se ofrece con la contundencia y la claridad expositiva a la que este autor nos tiene acostumbrados y que espero —como traductor— haber podido transmitir en toda su magnitud. Finalmente, y por todo lo anteriormente comentado, creo que Los fundamentos últimos de la ciencia económica es una obra que ningún economista interesado en el carácter profundo de su disciplina puede dejar de leer.