Sería
redundante repetir los informes que diferentes organizaciones, tanto de
disidentes internos como de organismos internacionales, que señalan -desde hace
décadas- la sistemática violación de los derechos humanos en Cuba. Las
violaciones a los derechos políticos y de asociación, libertad de expresión,
circulación libre de ideas, ausencia de elecciones, dependencia del Poder
Judicial, así como restricciones a la libertad de movimiento, son hechos
conocidos desde hace mucho.
Cuba
es un país gobernado por una sola familia desde hace más de medio siglo (56
años). Los cerca de 12 millones de
habitantes cuentan con un solo medio escrito de comunicación, el periódico
Granma. Existen cinco canales televisivos, todos del Estado, no existen canales
privados.
El
régimen ejerce un rígido control "ideológico” de los filmes que se
exhiben. El uso de internet es restringido y ceñudamente controlado, la tasa de
conectividad es de 1% de la población. Una familia cubana (previa autorización
del representante político del partido en el manzano) sólo puede recibir por el
lapso de tres meses a un amigo o pariente en su casa y debe informar
exhaustivamente las razones y objeto de su visita.
Toda
la información de inteligencia se maneja cuadra por cuadra, domicilio por
domicilio. No existe la propiedad privada de ningún tipo. Físicamente es una
ciudad detenida a mediados del siglo pasado, literalmente en ruinas.
Todos
los artículos de uso común, como un simple jaboncillo o una pasta de dientes,
son artículos de lujo. En 2002, la Casa de la Cultura de Cuba inició la
revisión de las letras musicales en virtud de que podrían contener mensajes
contrarrevolucionarios. La música está sujeta a censura.
No
existen editoriales privadas. Libro, folleto, tríptico o lo que uno desee
publicar para distribución masiva pasa por el Estado y es el Estado el que decide qué se publica y qué se prohíbe, qué
se lee y qué no se lee. Por cierto, lo único que realmente funciona es la salud
pública y la educación: todos los cubanos tienen medicina gratuita de muy buena
calidad y no hay un solo analfabeto. Esta es la Cuba de Fidel Castro. Si la
liberación revolucionaria de la izquierda latinoamericana –la ortodoxa- tiene
un modelo en Cuba, estoy seguro que nadie quiere liberarse.
Sin
embargo, y contra toda lógica basada en evidencias, el presidente Morales
declaró una profunda admiración por el octogenario líder de la
"revolución” cubana. "Le admiro mucho, –ha dicho públicamente- le
quiero mucho, aprendí mucho de él”: ¿Cómo se puede admirar de forma tan explícita
y sincera un dictador que sometió un pueblo completo por más de medio siglo y
lo dejó en la miseria?.
La
lógica ciudadana sugiere que la especie humana tiende a aprender de los errores
y evitarlos, pero la admiración del Mandatario no pasa por esa lógica; se basa
en el cálculo político, en la lógica política, según la cual todo lo que
contribuye al dominio monopólico del poder es bueno. De esta manera, resulta
bueno todo lo que asegura un nivel de domino
-por la fuerza, por la instrumentalización de la justicia o por el
miedo- que asegure la estadía ad infinitum del caudillo y el
entorno de sus intereses.
No
es que la figura del dictador cubano genere en la izquierda latinoamericana un
orden de fidelidades ideológicas imbatibles, no es eso. El fracaso del
socialismo real no se puede ocultar y menos el de Cuba. Las fidelidades y las
admiraciones no pasan por el modelo de economía y sociedad por ellos promovido,
pasa por la capacidad pragmática de dominar sus pueblos y eternizarse en el Poder.
Es una cuestión de técnicas y estrategias de copamiento totalitario.
Es
muy poco probable que los dictadores pospopulistas que surgieron en algunos
países del mundo pretendan reproducir el fracaso cubano, pero estarían dichosos
si encuentran el "método” de quedarse medio siglo en el poder sin mayores
sobresaltos, y, en esto, Cuba les da cátedra.