Entre lo inmanente y trascendente hay una línea muy delgada o tal vez inexistente; estamos vivos y dejamos de estarlo en un abrir y cerrar de ojos. Pasamos de lo inmanente a lo trascendente, sin afán de entrar en debates filosóficos, en un segundo.
Asistimos a velorios y entierros con frecuencia, sabemos lo que se siente, lo que se tiene que decir, cómo se debe actuar, cuando hablar y cuando guardar silencio. Cumplir con los dolientes o que cumplan con uno es un momento indescriptible, triste y duro; pasa el instante, vuelve la rutina y seguimos “viviendo”.
Enfatizo con comillas la palabra “viviendo” porque si bien es cierto es muy fuerte ver a una persona que deja de serlo porque ya no respira y se convierte en cadáver y lo ponemos bajo tierra; es mucho más fuerte ver personas que dejan de serlo porque no encuentran un norte en sus vidas, un propósito para seguir adelante, una razón para luchar, un motivo para sonreír, un amigo con quien charlar o alguien a quien ayudar; como quien diría “muertos en vida”.
La desmotivación es una constante en este tiempo, muchachos llenos de energía, salud y posibilidades de comerse al mundo y llevárselo por delante, viven cabizbajos… no saben qué hacer con todo eso. Nada los impresiona, pocas cosas los sorprenden y casi nada los entusiasma. Bueno, tal vez podríamos pensar que en su caso —aunque no siempre— tienen como referente a papás disconformes; lindas casas, buenos autos, grandes cargos, muchas relaciones pero insatisfechos y tristes. El hijo desmotivado y el papá confundido en la razón que lo motiva.
También, podríamos mencionar a profesionales que encontraron su vocación a tiempo, ejercieron, crecieron, se sintieron satisfechos y felices, aportaron a la sociedad y lo siguen haciendo pero el ímpetu bajó, mermaron las ganas de seguir creciendo y aprendiendo, ya la actualización en sus campos consideran que es para otros y salen de sus oficinas, llegan a casa y sienten algo parecido a los de arriba (“muertos en vida”)… en el hogar las cosas también cambiaron y ya no hay tanta alegría.
Por otro lado, nos rodeamos de personas de 70 y más que nos dicen “ya cumplimos”, “hicimos lo que teníamos que hacer y ahora les toca a ustedes”, es verdad y se los agradecemos, pero, ¿por qué nos suena a despedida?, ¿acaso mientras hablan no están respirando y mientras respiran no siguen vivos?, ¿será que piensan que ya no tienen algo que aportar o enseñar? o ¿tal vez nosotros se los hacemos ver así?.
Estemos donde estemos en la línea de nuestra vida con 20, 30, 40, 50, 60, 70, 80 o más, la muerte está coqueteando, no tenemos edad para hacerlo ni hay demandas mínimas para calificar a ella, excepto estar vivos.
En el entender que la muerte rige a la vida, debería ser ella —la muerte— la que nos motive a dejar un legado, a trascender, a vivir apasionados, a no dejar de sonreír a pesar de no tener el motivo para hacerlo, a apurarnos en hacer bien las cosas. Si tomamos esa conciencia, seguramente vamos a querer seguir viviendo y no sólo existiendo porque respiramos; vamos a querer seguir construyendo, aportando, enseñando, aprendiendo, sonriendo, seguir encontrando los mejores motivos para llegar a casa y no salir de ella; vamos a disfrutar de grandes cosas y vamos a aprender a agradecer las pequeñas también.
Voy a vivir hasta que me muera y convertiré a la muerte —en términos de tiempo— en la motivación para encontrar la pasión por la vida aquí en la tierra y también más allá.
JEAN CARLA SABA DE ALISS | Pedagoga Social /Life Coaching | ethos.capacitaciones@gmail.com
A quote by Pablo Neruda
Muere lentamente quien no viaja,quien no lee, quien no escucha música,quien no halla encanto en si mismo.Muere lentamente quien destruye su amor prop...