El
profesor enseña, del maestro se aprende (Ortega y Gasset, 1955).
Enseñar
es aprender dos veces (Joubert,1824).
El
docente es la persona que enseña algo que desea aprender. Dicho de otro modo,
aprende al mismo tiempo que enseña porque si enseña creyendo saber todo, repite
el mismo contenido cada año. Claro, como cree que sabe todo, está seguro que ya
no tiene nada que aprender, y si no tiene nada que aprender, no tiene nada
nuevo que enseñar. Y una persona de estas características en la Universidad es
un peligro para el conocimiento.
No
sólo eso, se constituye en un atentado contra la ciencia, que se define y
avanza a partir de su propia negación y renovación. Pues, repetir el mismo
contenido al pie de la letra cada año, sin variar si quiera los ejemplos, es
tocar el techo del crecimiento, y un techo muy chato. En cambio, admitir al
estilo Sócrates que sólo sabe que nada sabe, significa que está consciente que
necesita conocer cada día más para ensamblar sus enseñanzas entre la vida y en
el aula.
El
“profe”, como gustan llamarlo algunos estudiantes, no “enseña” a memorizar
porque diferencia muy bien la educación de la instrucción. Entonces, ¿qué hace?
Enseña a pensar, luego, a crear y recrear. Pensar es asumir consciencia de la
imperfección del conocimiento y la claridad de que es necesario que sea así
para evolucionar.
El
estudiante que piensa, cuestiona el conocimiento impartido en aulas y si
cuestiona, obliga al docente a aprender más para enseñar. El “alumno” que sólo
memoriza es cómplice del docente que repite de memoria lo que luego exige a
“sus alumnos” a repetir, y si no repiten, los aplaza.
El
ser que piensa es un inconforme con los libros que lee o le obligan a leer, y,
por su puesto, con lo que le dicen qué es o no es verdad; es un ser creativo
porque lo que aprende, lo aplica y al aplicarlo, recrea nuevos conocimientos.
Es un ser que delibera con la intención de cruzar razonamientos porque está
enterado que la contradicción conduce a nuevos descubrimientos.
Docentes
y estudiantes hacen un buen equipo cuando se desafían en cada clase a pensar y
a aplicar lo que van aprendiendo para resolver problemas o dificultades.
Entonces, el docente no tiene por objetivo aplazar y los estudiantes no se
proponen sólo aprobar la materia a como dé lugar. Ambos se convencen de
sus posibilidades infinitas y de sus limitaciones. La nota o el puntaje deja de
ser el único parámetro de aprobación, surgen otras variables, entre ellas, el
esfuerzo de aprender equivocándose.
El
docente enseña con el ejemplo. Por ello, si toma exámenes para aprobar o
aplazar a los estudiantes, debe estar dispuesto a dar exámenes para mantener o
perder su cargo de docente. Un “profe” universitario que pide lo que no da,
pierde la moral para exigir.
Por
esa razón, no solamente enseña de los libros, sino desde la vida, desde el
ejercicio de su profesión. Pretender enseñar, sin haber salido de las aulas
universitarias, es como contar la vida sin haberla vivido con los riesgos y
lecciones que ésta da en las calles, en las oficinas, en las ciudades, en los
pueblos.
De
ese modo, no sólo enseña la materia que imparte, sino, responsabilidad,
puntualidad, consecuencia, tenacidad, disciplina, comunicación, justicia,
libertad.
El
docente no teme ningún examen académico porque ya aprobó con honores en la vida
profesional. Tampoco se aferra a la docencia por necesidad, menos busca
titularizarse (“docente eterno”) por antigüedad. Es decir, no es docente porque
fracasó en el ejercicio de su profesión. Es “profe” universitario porque quiere
seguir aprendiendo y porque fue y es exitoso en su carrera.
Es
un ser que forma seres libres, capaces de pensar y cuestionar con nivel a sus
mismos “profes” para ayudarles a seguir creciendo.
En
resumen, además de formar buenos profesionales, forma buenos seres
humanos.