Independientemente de si dichos acuerdos cumplen con normas de
transparencia internacional en materia nuclear o de si el Centro de Tecnología
Nuclear es útil para el país (criterio que aún sigo sosteniendo, desde la
orilla de la ciencia), personalmente los asemejo al famoso juego de muñecas rusas
de madera, la “matrioska”; en este caso, una “matrioska nuclear”. En nuestro
caso los juguetes que encajan uno dentro el otro no son inocentes campesinas de
la estepa, sino reactores, barras de uranio, ciclotrones, fuentes de
irradiación y, tal vez, en el fondo del encaje, hasta una planta nuclear,
porque nuestra matrioska nuclear da para todo (Zaratti, Matrioska
Nuclear).
En lugar de las enormes subvenciones estatales en favor de la industria
nuclear, se decidió apoyar el desarrollo de fuentes de energías alternativas y,
por lo tanto, renovables. Este cambio de la política energética pone en agenda
dos interrogantes hasta ahora no respondidas: ¿cómo apagar una planta nuclear y
a qué costo? Se acerca la hora de la verdad acerca del costo real de la energía
nuclear, incluyendo aquellos costos que
implicará el cierre de estas plantas (Pagina 7, El
comienzo del fin de la energía nuclear).